Arturo Sánchez Velasco (John Jairo)
"Un cocinero para la Reina Victoria" nº 81
Ando a vueltas con un examen de
oposiciones inminente, así que casi no me entero del premio. El estado natural
del opositor está más cerca del limbo que de la realidad. Pero como antes de
opositor era persona, recuerdo que entonces escribía cosas como “Un cocinero
para la Reina Victoria”.
Lo cierto es que me he reencontrado con
los relatos no hace mucho. No me ha ido mal, fui finalista del premio VI
Continente y ganador del XII Certamen de Narrativa Enrique Orizaola. Pero es
como aprender nuevas recetas, me he pasado quince años en el mundo del teatro y
la televisión en diversos proyectos. Soy premio Marqués de Bradomín ‘98 de
jóvenes dramaturgos (en 1998 aún era joven) y ganador del I Certamen Internacional
de Textos teatrales de la Universidad
Politécnica de Madrid en 1996. Cansado de que de mis fogones
solo salieran paellas, rescaté las recetas de sopas y calderos.
Mi relación con la comida viene de lejos,
en mi biblioteca las obras completas de Tolstoi, Faulkner y Thomas Bernhard
comparten la misma estantería que las recetas de Arguiñano que mi madre
coleccionaba de Teleindiscreta. Y no sé muy bien por qué en mis obras siempre
hay escenas de comida que suelen ser las más afortunadas. De hecho la cocinera
de “Un cocinero para la Reina Victoria”
nació de un personaje de mi última obra, “Turquía” (una cocinera turca experta
en los guisos más complejos pero incapaz de hacer una buena tortilla de
patatas.) Tal vez no es ella exactamente, pero sí puede ser su tatarabuela en la
época victoriana, porque tiene su mismo genio.
El relato pretendía ser un viaje
odisaico/conradiano en busca de la perfección, pero temía que en cuatro páginas
se quedara en un viaje relámpago o una escapada fin de semana. Veo que ha
merecido el voto de mis compañeros de concurso, por lo que me siento en deuda
con ellos. Muchas gracias a quienes votaron, a los que han dejado un comentario
(bueno o malo) y a los que simplemente se molestaron en leerlo.
Y ahora voy a hacer una confesión: no soy
mal cocinero, pero aún no me sale una buena tortilla de patatas. Como con los
cuentos, espero ir mejorando.
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