lunes, 25 de julio de 2011

85- Placeres intensos por Calampí

Hoy  hace dos meses que comencé a trabajar en el restaurante. Mi primer trabajo, mi  anhelada ilusión.  Soy realmente afortunada, me gusta lo que hago y me siento útil. Y estoy en buenas manos. Sí, las de uno de los chefs más expertos y de más fama de la ciudad.
A primera hora de la mañana ya nos ponemos en marcha, manos a la obra. Todos los días a excepción de lunes, que descansamos. Me fascina ver como  la cocina se convierte, por arte de magia, en una amalgama de sonidos rítmicos y acompasados, capaces de formar, ellos solos y sin conocimientos musicales previos, una coreografía armónica: el tintineo agudo del cristal, el runrún metálico de los cubiertos, el murmullo sordo de los platos y las bandejas mezclado con el taconeo de los zapatos de los cocineros y el bullicio de sus voces laboriosas y de su trajín incesante. Adagio, andante, allegro, presto, para volver de nuevo a adagio. Se añaden ahora nuevos instrumentos: el ritmo acompasado de los cortes en juliana, la explosión sonora de las batidoras…Y el chef, en medio de todo, emulando el más prestigioso director de orquesta, con una mano de mortero por batuta y el gesto desmelenado que precede a la concentración total. Es en este momento cuando me preparo para mi labor, sé que estoy a punto de convertirme en una pieza clave del conjunto. Lo deseo con todas mis fuerzas.
A la hechizante pieza musical se añade la experiencia visual. Empieza el desfile de colores: la paleta de verdes de los vegetales, el arco iris de las frutas, los diferentes matices dentro de un mismo tono de las carnes y los pescados, el blanco de las patatas, del arroz, el amarillo dulce y relajante de las cremas o el intenso de las yemas o del azafrán, el seductor marrón de los chocolates, el pasional rojo de los tomates… Cada día una sorpresa diferente, cada día un nuevo color, único, exclusivo.
Poco tiempo después del desfile de colores le llega el turno a los aromas: un placer para los sentidos más refinados. El intenso olor de los asados, el exuberante de los sofritos, el apetitoso de los estofados,  el aromático de las ensaladas o el más empalagoso  de los dulces… Me siento empapada, calada, impregnada del elixir más apreciado, del perfume más sofisticado y exquisito.
Por último el sentido del tacto entra en acción. Empiezo a notar un agradable calor que me invade por completo, que va subiendo poco a poco de intensidad hasta llegar a ser un ardor intenso que aguanto estoica. De mientras la melodía auditiva y la olfativa llegan a su punto álgido, a la catarsis, con el pitido melodioso indicativo de los diferentes puntos de la cocción. Me siento preñada de olor, de sabor, de gusto.
Para acabar el toque sublime de chef que indica que la faena ha llegado a su fin, como el último gong de los platillos al final de una melodía, se entremezcla con el murmullo suave y persistente de los primeros clientes que empiezan a poblar el gran salón anexo a la cocina.
Ha llegado mi momento de relax. Mi momento zen. Las manos suaves y acogedoras de Nieves, la chica encargada de la limpieza de los diferentes cacharros, una joven esbelta y alegre que se estrenó sólo unos días antes que yo, me envuelven suavemente bajo el chorro agradecido de agua, ora fría ora caliente para acto seguido dejarme reposar, impoluta, sobre el frío mármol durante unas horas, Aquí yaceré hasta que empiece el espectáculo de la cena.
Cada día es una nueva experiencia, un nuevo placer, un renovado orgasmo para los sentidos y espero que dure muchos años. Sí, para eso soy una cazuela del mejor acero, con excelente conducción de temperatura y garantía de unos cuantos años. Y tengo la intención de ser útil durante mucho tiempo. Hasta que me caiga de vieja, hasta que mis asas se desprendan y mi superficie deje de ser brillante y pulida.
¡Me gusta tanto formar parte de este equipo! Contribuir día a día a perfeccionar este arte que es la cocina. Estoy segura que no podría vivir sin ese ajetreo incesante, sin ese bullicio cálido  que invade el restaurante unas horas antes de la esperada apertura.

2 comentarios:

Jacobino dijo...

Demasiados epítetos innecesarios a pesar del estilo telegráfico inicial, incluyendo algún error ortográfico y muchos de puntuación. Además, alguien ya envió antes un relato sobre una paellera.

Suerte.

Calvin dijo...

El relato 80 es prácticamente lo mismo


Un saludo