martes, 5 de julio de 2011

34- Paseo culinario por la casa de mi abuela por Joselina

Querida Marité:
                         Espero te encuentres de maravillas al recibo de la presente. Yo estoy muy bien y comenzando mis vacaciones. Ahora tengo el tiempo para relatarte conforme a tu pedido cómo se vivía y qué se comía en casa de mi abuela malagueña, según contaba mi madre, aunque yo también llegué a conocer sus manjares.
            Como ya sabés, ella desembarcó en 1915 pero conservó su acento, su energía  y su gracia hasta sus últimos días, casi a fines de siglo.
                        A continuación va una semana completa de platos sencillos y cotidianos:
LUNES: Puchero a la española. Gordo el caldo, humeante, y el aroma se extendía por toda la casa. Recién hecho se servía en grandes tazones.
Luego aparecía la gallina trozada, los pedazos de falda de primera, la panceta, los chorizos colorados y los garbanzos.
Por último, las papas, batatas y zanahorias se partían y se aderezaban con aceite de oliva.
Todo se acompañaba con rebanadas de pan de la hogaza migosa y con olor a cebada.
Después, un pocillo grande de café bien cargado, y cada cual volvía a sus tareas.
Nadie dormía la siesta, se trabajaba de sol a sol.
MARTES: Como todas las mañanas, se habían recogido los huevos frescos y además, ese día se limpiaba el gallinero, impregnándose el aire de olor a plumas y excremento de ave, pero sólo por unos momentos porque mientras, de la cocina partía un aroma a caramelo y vainilla y desfilaban las budineras al horno para cocer los flanes de doce huevos.
Al mediodía, las Migas se enseñoreaban en la mesa. Eran cubos de pan fritos en aceite de oliva con ajos, dados de panceta y trozos de pecho de cerdo. Picantes al paladar y de aroma acre.
La comida era abundante pues todos eran de buen diente. Nunca había nada desabrido.
Después del consabido café, se continuaban las labores.
MIÉRCOLES: Bien temprano se remojaban en la tina, las sábanas y los manteles con jabón de soda para luego, refregarlos con empeño en la tabla de lavar y tenderlos al sol para que volvieran a lucir blanco-radiantes.
A las doce en punto, todos estaban a la mesa. Y, también... ¿quién iba a llegar tarde al encuentro con ese delicioso aroma a Tortilla a la española, con cebollas fritas, pimientos y chorizo colorado? Y la infaltable hogaza de pan fresco, a veces más crujiente y con restos de ceniza del rescoldo que, sabiamente, repartía la abuela.
JUEVES: Era día de Lentejas, que se habían dejado en remojo la noche anterior.
Con hierbas aromáticas y aceite de oliva se refregaba el caldero. Era un guiso de pararse la cuchara, sabroso, picante, con la inefable panceta, trozos de carne y codillo de jamón. La abuela bromeaba: Lentejas, lentejas, si las quieres las comes y si no, las dejas.
VIERNES: Pasaba el vendedor ambulante de pescado con su típico pregón y ese día, se lo comía en trozos, emborrizado (como ella decía) o rebozado (como se dice), y frito. Acompañaban el plato, ajíes en vinagre y ensalada de tomates y cebollas.
SÁBADO: Si tal vez el pescador había traído pulpos el día anterior, se comía una exquisita Caldereta con pulpitos, pimientos, tomates, cebollas y papas. Y el sabor del pimentón español, los ajos y el tomillo impregnaban ese pulpo de tal forma que, ni los más pequeños se podían resistir.
Por la tarde, se festejaba el ‘sábado inglés’, los hombres en el Café, tomaban algún aguardiente y agitaban alegremente el cubilete. Las mujeres, cambiaban sus labores de planchado, remendado y zurcido de toda la semana por algún fino bordado y alguna repostería. Además, había que bañar a los niños pues podía llegar alguna visita.
DOMINGO: Antes de partir para la Misa de once, se dejaba en la paellera las presas de pollo sofritas con los ajos, pimientos, arvejas frescas, cebollitas, el caldo de gallina hirviente y el azafrán para luego, al volver de Misa, echar el arroz y decorar con los morrones asados la estupenda Paella.
Toda la familia endomingada almorzaba feliz, tomaban un poquito de vino hasta los más chicos para decir ¡Salud!
Y después, algunos jugaban naipes, mientras degustaban masitas de miel y canela con una copita de oporto o de anís.
                        Bueno, querida amiga, conociéndote, estoy segura que se te habrá hecho agua la boca. Ojalá te salga buena la nota para la revista. Espero tus comentarios.
Te abraza 
                              Joselina

2 comentarios:

Jacobino dijo...

Un recetario aderezado con alguna anécdota ¿Dónde está el conflicto? ¿Y el planteamiento, nudo y desenlace?

Suerte.

Calvin dijo...

Muchas veces no coincido con Jacobino pero esta vez sí. Esto no es un relato, es una carta, o un recetario. No hay tensión por ningún lado, ni conflicto, ni nada parecido. Podría haberse entramado usando la mezcla con el género epistolar, alguna historia de fondo hilandolo todo que le diera algo de vida al texto.

Un saludo