martes, 12 de julio de 2011

57- De lo cotidiano a lo extraordinario por Dragonfly

Dedicado a mi madre, por su paciencia infinita, por la dedicación de la que solo una madre es capaz.
     Entro en la cocina  y la veo con el mandil rojo de lunares, ese que venden en Sevilla a los turistas. Frente a la encimera prepara lo necesario, los ingredientes, cada utensilio.          Casca cuatro huevos en un gran bol de plástico, añade un vaso de aceite, otro de leche, dos de azúcar. Tamiza la harina, da golpecitos y cae como lluvia fina.
     Plaf, plaf, plaf, es el ruido de las varillas, el batir de los ingredientes contra el bol de plástico duro. Me acerco a ella, bate incansablemente, miro su expresión, tiene el ceño fruncido, totalmente concentrada en su tarea, me mira y me ofrece una media sonrisa.
     Me pide que abra los sobrecillos de levadura El Tigre, yo observo con detenimiento la caja del gasificante, la misma que hace veinte años, pienso ¿Cuánto hace que lo fabrican? Desde que tengo uso de razón recuerdo ver ese dúo de sobrecitos.
     Hay otro ruido de fondo, continuo, parece un generador, es el horno precalentándose. Umm… ¡Qué olor mas delicioso! Zeste de limón, toque de vainilla y canela, y mi madre sigue batiendo enérgicamente sin tregua ni relevo.
     No lo puedo evitar, meto el dedo índice en la masa, su textura ya ha espesado, aunque su consistencia no es muy compacta ya no gotea de mi dedo, que lo llevo sin pudor ni miramientos a mi boca. Mi madre me regaña, me dice que no me coma la masa cruda, pero yo ya he entrado en otra dimensión, en la dimensión de los sabores y hago caso omiso.
     Me indica que coja el molde, con una pequeña brocha lo unto de aceite de oliva virgen extra, mi madre insiste en lo de virgen extra. El color oro y ese olor intenso y afrutado como recién salido de la almazara me transporta a otro lugar por breves segundos.
     Vierte el contenido en el molde y con su dedo a modo de lengua barre cada recodo, aprovechando hasta la última gota. Lo introduce al horno a 170 grados. Yo espero y espero impaciente, enciendo la luz del horno. Me insiste en que no abra la puerta. Casi media hora después veo subir la masa y como se va dorando, al rato mi madre abre la puerta y lo pincha con una aguja alargada, ésta sale limpia, eso quiere decir que ya está listo. Deja la puerta del horno abierta, mientras se va el calor, y lo deja enfriar un poco aún dentro.
     El olor a bizcocho, a dulce tostado al amor del fuego ya se ha extendido por toda la casa. Apenas a enfriado, mi madre lo desmolda y yo como las migajas tostadas que se han desprendido de los bordes.
     Llegan todos como si lo hubiesen estado barruntando, en la salita ponen café con leche. Se parte y por fin esa textura esponjosa y suave entra en nuestra boca. Todos quieren repetir, es el día en que todos meriendan en casa, mi hermana y mis sobrinos que viven en frente se apuntan al festín. Ella lo parte orgullosa y los demás lo devoran porque solo ella sabe hacer el bizcocho tan bien, le lleva su tiempo, tarda, como tardan las cosas buenas, se hace esperar. Solo lo comemos cuando lo hace ella, un día cualquiera, así porque sí.
     Entonces pienso, ¿qué pasará el día que ella no esté aquí? Por primera vez me doy cuenta de que estas tardes y estos momentos compartidos no van a durar siempre. Damos por hecho las cosas y quizás no lo valoramos lo suficiente, siempre hablando de injusticias y quizás yo también haya sido injusta algunas veces.
     Recuerdo cuando tenía fiebre y me acompañaba al borde de mi cama poniéndome comprensas frías. O cuando padecía del estómago y le pedía que me hiciese un cocidito caliente de esos que arreglan el cuerpo, ella salía corriendo a comprar el apaño para el caldo.
     En la cocina a veces le ponía una vela a San Expedito, el santo con legis, cuando me examinaba de la oposición. A veces no agradecemos pero si exigimos como si de un ser perfecto sin derecho a equivocarse se tratase, y claro, perfecto no, pero extraordinario si. Con su bizcocho, sus croquetas, sus desvelos y sus mimos. Ahora con este bizcocho entiendo lo que significa incondicional, he comprendido la magnitud y la forma. Hoy lo cotidiano se ha vuelto extraordinario.

11 comentarios:

Jacobino dijo...

Otra anécdota más.

Suerte.

Anónimo dijo...

Tal vez mi escrito no sea un cuento o un relato propiamente dicho, pero se ajusta a las bases, ya que en ella dice que el tema debe ser gastronómico en su sentido mas amplio como por ejemplo recetas ect. Mi escrito no es una anécdota si no una receta de pastelería con un transfondo sentimental y personal, un agradecimiento y una experiencia.
Gracias por leerlo y comentarlo. Animo a todos a que lo lean y dejen su crítica. Un saludo la autora.

Jacobino dijo...

En efecto, cumple con las bases, pero no con las espectativas del lector, que busca algo que le emocione, que le sorprenda o le epate, algo que le haga recordar ese relato por encima de los otros setenta u ochenta que participan.

Saludos.

Anónimo dijo...

Bueno Jacovino tal vez no cumpla con sus espectativas pero no hable por los demás ni generalice. Esta claro que usted debe ser un profesional en la materia porque nada le gusta y nuestros escritos no llegan al nivel que usted espera. Yo solo soy una aficionada en el tema literario (creo que como la mayoría de los participantes), aunque soy una profesional de la cocina, me gusta escribir, estoy formándome poco a poco para ir mejorando. Agradezco su crítica y el tiempo que le ha dedicado, un saludo la autora.

Jacobino dijo...

Dado que se confiesa Ud. como profesional de la cocina, imagine que se presenta a un certamen culinario con una tortilla francesa.

Pues algo así.

Saludos.

Anónimo dijo...

jajajaja jacobino hay que ver como es usted. Hombre pues depende del tipo de concurso y del plato, hay veces que el plato mas sencillo puede resultar el mas agradable. ¿Acaso este concurso es para profesionales? no creo que sea el caso. De todos modos comprendo su comentario (me refiero al anterior) hay muchos relatos y uno quiere encontrar algo diferente que sobresalga del resto...pero bueno relájese un poco, esto es para pasarlo bien y compartir. Lamento que no le guste mi tortilla francesa jajaja un saludo la autora.

Anónimo dijo...

Querid autora, revise un poco la ortografía que en los comentarios se ha comido las tildes y entre otras lindezas ha escrito Jacobino con v. ¡Me duelen los Hogos!

Anónimo dijo...

Por eso luego en el siguiente comentario he rectificado, en el teclado "v" y "b" están juntos. Siento si se me ha escapado alguna tilde. La autora.
PD: usted también se ha "comido" una letra y por eso no le vamos a lapidar un error lo tiene cualquiera, gracias igualmente.

Anónimo dijo...

Dejen los cuchillos en el cajón. No es un relato, no narra ni trasciende el hecho evocado.

Calvin dijo...

Al margen de los comentarios yo aportaré mi granito de arena. EL texto está escrito bien. NO es una sucesión de faltas y errores ortográficos como se acostumbra a ver por el certamen. Lo que quieres contar es sin duda muy profundo y merece ser contado, pero creo que la manera que has utilizado no es la correcta. La idea de un buen relato, a mi entender es decir las cosas sin decirlas. Dejar que el lector trabaje un poco, no exponer tal cual las ideas, porque eso no estimula en ningun caso a la persona destrás del papel. Si quieres contar lo maravillosas que son las madres y lo poco que lo apreciamos, lo mejor es buscar una situación que lo refleje dentro de una historia. Tiene que pasar algo y nosotros, los lectores, al ver como la madre reacciona ante ese algo, apreciaremos lo increíble que es. Eso, en mi opinión, es lo interesante, pero también lo más difícil de conseguir en un relato

Un saludo

Anónimo dijo...

A mi no me ha gustado. Cierto es que no está plagado de faltas como otros pero son anécdotas como las que todos tenemos de nuestra infancia. A mí me apetece leer historias diferentes, me cansa leer una y otra vez recuerdos de infancia que son todos iguales, solo cambia la receta, que por cierto, desmenuzan hasta hacerla cansina.