sábado, 30 de julio de 2011

93- Banquete de despedida por Arces

            Está contenta porque lo tiene todo a punto. Empieza la fase decisiva añadiendo sal y una hoja de laurel al agua que ha puesto al fuego en la cazuela mediana. Mientras se ajusta los guantes de goma, pasa por su mente la imagen de un médico forense que, bisturí en mano pulcramente enfundada, se dispone a abrirle el pecho a la tercera víctima del psicópata al tiempo que le cuenta un chiste de mal gusto al teniente de policía. No recuerda el título de la película, podrían ser varias.
            Lava las setas con cuidado, con esmero, primero las de ella y luego las de él, quitando con un cuchillo todas las imperfecciones visibles. Pone el montoncito de él sobre el paño amarillo, el de ella sobre el paño rosa. Contempla el color, la textura, la delicadeza de los seres que viven pegados a la tierra, que están hechos de tierra y que desean, claro está, volver cuanto antes a la tierra. Comer es matar, sacrificar unas vidas en favor de otras: siempre nos alimentamos de cadáveres.
            El agua empieza a hervir, así que echa los macarrones y les da vueltas con la cuchara de madera hasta que cuecen con regularidad. El borboteo y el vapor del agua le causan un efecto sedante. Sonríe.
            Con otro cuchillo trocea las setas y las coloca en dos platos, primero las de ella y luego las de él. Tira a la basura los guantes y los cuchillos. Pone dos sartenes al fuego y sofríe en ellas ajo y una pizca de guindilla; después vierte las setas, primero las de ella y luego las de él, que van soltando poquito a poco sus jugos sobre el aceite, llenando la cocina de un aroma suave a cosa quebradiza, a humedad penumbrosa, a caldo de cultivo. Pasa por su mente la imagen de una marmita bullente sobre el fuego del hogar y de una mano maternal que empuña un cazo que entra en la marmita para sacar de ella un trozo de trabajo generoso que ha de ser, ante todo, un olor. No recuerda el título de la película, podrían ser varias.
            Retira la pasta del fuego y la escurre. Echa sal a las setas. Prepara dos platos; en el de él pone más macarrones que en el de ella. Vierte las setas por encima de la pasta, primero las de ella y luego las de él. Contempla su obra con satisfacción. Acaba de tirar a la basura la sartén en que ha rehogado las setas de él cuando oye la llave en la puerta.
            ––Buenas noches, cariño, ya estoy aquí.
            ––La cena está lista. Mientras te cambias voy poniendo la mesa.
            Un beso minúsculo y la percepción, leve pero endiabladamente clara, del mismo aroma de las últimas semanas.
            ––¿Qué cosa estupenda has hecho hoy? Huele de maravilla.
            ––Macarrones con setas de campo. Me las ha traído Pepe, ya sabes.
            ––¡Ah, mira qué bien! Es de agradecer que se acuerde de nosotros en estos casos.
            Mientras echa en el vino, ella nunca bebe vino, los polvos blancos que sacó de las cápsulas, lo sabe aflojándose la corbata que se ha ajustado hace apenas diez minutos. Sitúa escrupulosamente sobre el mantel los cubiertos, las servilletas, los vasos, el pan, el frutero, la jarra del agua y la botella de vino.
            ––¿Qué película has traído?
            ––El primer Padrino, el de Brando. Me apetece mucho volver a verla.
            Mientras coloca los fragantes platos en la mesa, primero el de ella y luego el de él, recuerda que sólo recuerda con claridad de esa historia escenas sueltas, trozos luminosos de una mentira que a veces es más verdad que lo real.
            ––El trozo que más me gusta es el del gordo diciéndole a Al Pacino cómo hacer los espaguetis con albóndigas para los chicos: "El secreto de la salsa de tomate está en echarle una pizca de azúcar". En ese momento Michael entra definitivamente a formar parte de la banda, ya es uno de ellos.
            ––Tú y tu cocina. A veces eres un poco obsesiva, reconócelo.
            ––Si tú lo dices.
            Él come con una delectación ávida, disfrutando del plato y de los sorbos de vino como si no hubiera nada más en el mundo. Ella come con una parsimonia que es casi un sarcasmo, mirando la mirada perdida de él con un descaro que le levanta finamente la comisura de los labios. Por fin está en su terreno, por fin es suyo, es inútil que intente huir.
            ––Estaba buenísimo. Pásame una naranja.
            Cuando ella ensarta el último macarrón y el último trozo de seta, él ya está enfrascado en su Padrino. Ella recoge la mesa y va a sentarse junto a él, mirando alternativamente la pantalla del televisor y su perfil entre maduro y tosco. Se queda dormido justo cuando tirotean a don Vito y la fruta, jugosa e inocente, rueda por el suelo. Con el tranquilizante no notará las convulsiones que preceden al desenlace. Se acabó.
            Ella no puede evitar sonreír de alivio mientras va llenando la maleta con la ropa que no se ha puesto para él. No tiene prisa, aún faltan cuatro horas para que salga el avión. Cuando acaba de hacer el equipaje sale a la terraza y riega las plantas; después, como tantas otras veces, acaricia las hojas vellosas de los geranios, las relucientes hojas de las begonias. De vuelta en el dormitorio, se fija sin querer en la estantería, que él colocó ex profeso, donde reposan sus películas preferidas. Ahora ríe abiertamente mientras coge Arsénico por compasión y Monsieur Verdoux y los mete en la maleta, haciéndoles hueco entre los recetarios y los zapatos de ante rojo.
            Al atravesar la puerta del piso agita la mano en el aire a modo de despedida, pero no vuelve la vista atrás. Los melancólicos acordes de Nino Rota que vienen del salón son la percepción final de su pasado, el último resto del naufragio, la leve huella que le mancha de polvo fino el oído y la solapa de la gabardina y que el aire fresco de la noche limpia y borra y anula definitivamente.
            Antes de acercarse a la parada de taxis, abre un contenedor gris y verde y deposita en él una bolsa negra de basura, que choca con otras al caer produciendo breves chasquidos metálicos que ella ya no oye.           

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un tanto evidente pero bien escrito.

Jacobino dijo...

A pesar de que muestra las cartas desde el principio y que es netamente asertivo, se lee con placer hasta el final.

Suerte.

Calvin dijo...

Coincido con ambos. Es evidente. Esperas que envenene al marido y lo hace sin que por medio surja alguna duda de sus intenciones. Sin embargo y teniendo en cuenta lo leído hasta ahora, por lo menos este, está bien escrito, que ya es bastante.

Un saludo

Anónimo dijo...

"...que ella ya no oye" baja un puntito. ¡justo al final! Alvaro