martes, 7 de junio de 2011

11- Recuerdos traidores por Torre de Babel

    Raúl García pulsó cansinamente el mando a distancia que abría la puerta. Mientras  se deslizaba sin ningún chirrido la enorme barrera metálica que permitía el acceso a su casa advirtió que últimamente se sentía casi siempre agotado a la vuelta del trabajo. Rita aún no había regresado y sus hijos, hasta la llegada a casa de los progenitores, se conformaban jugando en sus ordenadores.
            –¡Hola, hijos! ¿Qué tal el día de colegio?
            Los niños apenas le contestaron. Parecía que estaban totalmente absortos en la pantalla de su ordenador. Raúl García se asomó detrás de sus pequeños hombros.
            –Dad un beso a vuestro pobre y cansado padre… ¿Habéis merendado ya? Mamá os había dejado vuestras pastillas nutrientes encima de la mesa…
            –Aún no tenemos hambre… –contestó el más pequeño acariciándose la apertura esofágica–, estamos jugando a los “niños gorditos”… ese juego antiguo…
            Los “niños gorditos”… Raúl apenas recordaba el viejo entretenimiento… De hecho, para los humanos actuales seguramente resultaba un poco trasnochado. Sus propios hijos, que habían sido operados nada más nacer para proveerles de su propia apertura para ingerir los nutrientes, apenas se podían imaginar qué sería eso de comer por la boca, como hicieran los antiguos. Él mismo todavía se sentía levemente horrorizado recordando una infancia en la que se vio obligado a deglutir ásperos alimentos para no morir de inanición. Afortunadamente, en la Nueva Era, todo estaba controlado y todos los habitantes de la Tierra se alimentaban de forma correcta y estudiada, en las proporciones precisas y necesarias para su organismo, mediante el acto simple y aséptico de tragar las pequeñas pildoritas edulcoradas. Ahora, todo era limpio y exacto.
            Mientras tanto, sus hijos jugaban a los “niños gorditos”… Raúl García, con leve repugnancia, observó las evoluciones de la pantalla, donde aparecían cuatro muñecos rechonchos en forma de bola infantil que comían enormes bollos de chocolate y otros alimentos, con los que iban engordando enloquecedoramente hasta explotar y morir. El jugador que conseguía reventar a su niño gordito en primer lugar era el ganador…
            –Hijos, ya sabéis que no me gusta ese juego… No está bien divertirse con las tragedias antiguas…
            –Papá –dijo el más pequeño–, ya no nos dan miedo los cuentos arcaicos… Además, el juego de los “niños gorditos” no está prohibido.
            –Es cierto, –repuso el mayor, y añadió con cierto rencor– cuando nos lo pediste nos deshicimos sin protestar del “bulimiator”.
            Raúl García sintió un extraño retortijón en su pequeño estómago reducido. Aquél sí que era un juego repugnante… Unas figuras esqueléticas y enfermas disputaban entre sí contra el cronómetro para intentar vomitar la mayor cantidad de comida en un mínimo espacio de tiempo. El hijo pequeño rió.
            –Papá, no pongas esa cara. Esas cosas ya no existen.
            Raúl García suspiró y se dejó caer cansado en el sofá anatómico, que le recibió con los brazos abiertos. Durante algunos minutos decidió desentenderse de sus hijos. Aquellos chiquillos eran imposibles… y, por otra parte, ¡tampoco tenían la culpa de las terribles enfermedades que afortunadamente ya había superado la humanidad!
            Un poco después se oyó el leve murmullo de la barrera de entrada y apareció una cabeza rubia y blanca sobre el escultural y estilizado cuerpo de Rita. Raúl se apresuró a darle un beso de bienvenida, ya que, aunque llevaban juntos más de veinte años, todavía estaba profundamente enamorado de ella. Al beso siguió un estrecho abrazo y el hombre advirtió, como siempre, las formas femeninas bajo sus manos: con solo una ligera presión adivinaba las salientes costillas que cubría la suave piel, la cavidad hueca del abdomen vacío, las largas y elegantes formas óseas de las piernas… A Rita le encantaba seguir siempre la moda y, por ello, se había procurado una dieta perfecta, con una minúscula ingestión de grasa animal y apenas unos pocos hidratos de carbono, por lo que su cuerpo presentaba la delgadez deseada, sana y bella.
            Sin embargo, Rita, que conocía bien a su esposo, en seguida advirtió que algo le pasaba… Acaso se encontraba muy cansado.
            –Querido –le susurró quedamente al oído–, deberías cuidarte. Trabajas excesivamente…
            –No es nada –contestó él, buscando en su fuero interno los mimos de su esposa–. Supongo que madrugo demasiado y, probablemente, necesitaría unas vacaciones…
            –Quizás deberías tomar algún suplemento vitamínico –le propuso ella mientras lo miraba con cierta aprensión–. Podemos revisar los componentes de tu dieta…
            Raúl García se desplomó de nuevo sobre el sofá de la sala y negó con la cabeza mientras se acariciaba morosamente su apertura esofágica. ¿Revisar una dieta estudiada al milímetro?… No merecía la pena. Seguramente todo estaba bien. Procuró, sencillamente, relajarse. Con los ojos cerrados intentó descansar en un sueño perezoso y calmado, mientras sus hijos emitían pequeñas exclamaciones de triunfo según iban consiguiendo los puntos del juego. Volvió a recordar los tiempos lejanos de su infancia, antes de la milagrosa operación de garganta, cuando muchos niños de distintas edades morían por enfermedades cardiovasculares, por glucemia o, simplemente, por la asfixia producida debido a su dieta hipercalórica. ¡Qué terrible el peligro que corrió la humanidad! Por fortuna, una sencilla operación había liberado a los humanos de la más abyecta de las depravaciones de su condición animal.
            En su duermevela, ya absolutamente relajado, Raúl siguió evocando aquellos lejanos días de su infancia y, sin advertirlo, se sumergió en los recuerdos gratos del pasado: las manos suaves de su madre que lo arropaban en la cama y poco después, al levantarse, le ofrecían el desayuno; la tibia taza de leche humeante; la caricia blanda y dulce de las magdalenas; el bollo esponjoso del postre de los domingos; los olorosos guisos hirviendo sobre el fuego del hogar…
            Raúl García, horrorizado por sus propios recuerdos y deseos, despertó de improviso. Miró a su alrededor. Sus hijos seguían enfrascados en sus juegos y Rita se estaba vistiendo con su ropa de casa… ¡Afortunadamente, nadie había advertido sus inquietantes y golosas remembranzas!

4 comentarios:

Jacobino dijo...

A pesar del esfuerzo realizado por ser original, el estilo no está a la altura: demasiados adverbios acabados en mente y epítetos innecesarios.

Suerte.

Anónimo dijo...

Falla la puntuación y es un tanto obvio.

Calvin dijo...

El enfoque futurista es por lo menos original. DIferente a lo que he leído hasta hora. Eso sí, el relato es demasiado explícito en lo que a explicaciones de este futuro sin comida se refiere. Deamasiado trillado todo para el lector. Creo que menos datos sobre los videojuegos y cómo es la vida actual y desarrollar un poco más la escena de la casa para mostrarnos eso que se suprime aportaría frescura y sutileza al conjunto.

UN saludo

Alain dijo...

Es de agradecer la originalidad. Pero desde mi punto de vista los diálogos son como de anuncio. Nada creíbles. Y eso me ha sacado totalmente de la historia.
Suerte