sábado, 16 de julio de 2011

76 Sol de mediodía por Adamare


La sublevación de los moriscos en las Alpujarras granadinas nos quedaba lejos, pero el metálico sonido de las cimitarras chocando contra poderosos mandobles de acero toledano sonaban en mis sienes causándome un desasosiego impropio de mí. Vendrían, ya fueran los turcos otomanos que apoyaban al traidor de Abén Aboo, que un par de años antes había asesinado a su primo el noble morisco Abén Humeya (el cual había encabezado aquel vergonzoso levantamiento en contra de los intereses de la corona española), ya fueran las huestes comandadas por don Juan de Austria, agotadas después de una terrible batalla final. Y yo me comía las uñas pensando en que muy probablemente el valeroso capitán general del Mar -hermano del ingrato Felipe II- marcharía hacia Jaén cansando, frustrado y con un humor de perros. Nada había en medio de aquella tierra de nadie reconquistada no hacía tanto salvo mi humilde hogar, mi lozana mujer y mis tres voluntariosas hijas. De hecho, frente a la belleza que éstas habían heredado de su madrecita, aquello parecía más un lupanar en medio del páramo que la morada de un donnadie dueño de una quesería. Pero Encina Hermosa no era parada de postas ni hospedería, y las legumbres que manyábamos eran obtenidas del trueque pues tras una horrible sequía las mieses apenas habían crecido, las cabras palidecían y en la fresquera solo conservábamos siete quesos de merina. Aldoncilla, la menor de mis hijas, llegó entonces corriendo del cerro más cercano para contarme que un ejército bien pertrechado cabalgaba atravesando el llano y levantando una espesa polvareda tras de sí. Mi esposa me atravesó con su esmeraldina mirada. Su ascendencia asturiana la había dotada a ella y a todas nuestras nenas de un cabello castaño que se doraba en el estío y las hacía aún más irresistibles frente a cualquier santo varón:
-¿Qué hacemos, Justino? Apenas tenemos un par de quesos, cebollas y una tinaja de vino tinto -me espetó sobresaltada.
-Pero es del bueno: el ventero me dijo que era de Aranda... Y además contamos con bastantes huevos y quilos de esa maldita batata que nadie quiere.
-Pues ya me dirás que vas a ofrecerle a todo un regimiento -y mi despabilada campesina dio un repaso a nuestras bellas hijuelas. Todas habían heredado la armonía de los rasgos propios de una auténtica Venus y aquella abundante y consoladora pechera, y por eso temí más por ellas que por mí mismo-. No debimos aceptar esas malditas papas de las Indias que solo los salvajes saben apreciar. Debimos exigirle cecina y pieles al listo del buhonero por nuestros buenos quesos.
-No están los tiempos para exigencias, María Cristina... Con la conquista de las Américas y las guerras con Francia los dineros se quedan en los más importantes puertos. Los pobres somos más pobres, y además nosotros vivimos en medio de la nada -y justo entonces escuché a los caballos relinchando y a los hombres con sus quejas a viva voz, y sentí que el tórrido aire se enrarecía empapado con mi propio temor. Cuando abrí el portón de mi “castillo” vi relumbrar tras una niebla de polvo al yelmo de un mariscal de campo con el ceño fruncido. El tipo se adelantó a la comitiva que le secundaba y se plantó frente al vano de mi puerta. Era un hombre maduro y fornido, temible, y bajo el carmíneo manto de su capa brillaba un dorado medallón. El caballero escrutó mi mirada con firmeza y luego deslizó sus olivas sobre las figuras de las mujeres de mi aterrorizada familia.
-Me llamo Sancho de Lizarra, y soy descendiente de Juan III de Albret. Mis hombres y yo acabamos de ayudar a don Juan a librar a España de esos moriscos sublevados, y te juro, campesino, que estamos tan hambrientos como fatigados. Alimenta a mis soldados, aldeano, o tomaremos a tus hijas para calmar el dolor de nuestras muchas heridas, y yo me contentaré con la más vieja de ellas, que es la más esbelta mujer de cuantas he visto en mucho tiempo -el rostro de mi esposa, ensombrecido por la lobreguez de nuestra caverna, se contrajo presa del horror.
-En veinte minutos a lo sumo os serviré sobre esta mesa el mejor de los manjares que hayáis probado jamás acompañado por un vino de la ribera del Duero que hará las delicias de vuestro exigente paladar. -Mis complacientes palabras sosegaron el ardoroso espíritu de aquel curtido guerrero, que dio taxativas órdenes a los suyos para que desmontaran y saciaran su sed con las aguas de nuestro pozo.
-¿Qué diablos vas a ofrecerle a esa mala bestia? -susurró mi amada esposa mientras nuestras hijas se empleaban como aguadoras.
-Lo cierto es que, con lo poco que tenemos en el granero, es mejor que juntemos todo y que les ofrezcamos algo “nuevo” a partir de todo ello.
Pensé que para un noble de alta cuna el pan con cebolla era poco más que un insulto, y que “a falta de pan buenas son tortas”. Porque eso era precisamente lo iba a guisar con la santa cualidad que había heredado de mi abuela Justina, de quien había sacado nombre y poca guapura pero ingenio a manos llenas-. Las papas cocidas no las quiere nadie, pero aún tenemos una jarrita de aceite de oliva. Haz que las niñas pelen patatas y tú ve guisándolas en la cazuela. Luego añádeles unas cebollas bien picadas. Yo entretanto iré a por los pocos huevos que esas pitas han puesto, pues son tan viejas que ya no valen para la cazuela.
-¿Pero qué demontres vas a guisar, Justino? -y yo me quité a mi amor de encima con una enérgica señal, y después me encomendé a la Virgen para que preservara la honra de mis mujercitas como ella misma había logrado hacer en contra de las leyes de la naturaleza. Y a buena fe que cociné todo lo rápido que pude con la imagen del medallón que ostentaba aquel orgulloso general en mi cabeza. Y así hice una docena de tortas doradas con el huevo crudo y las papas medio cocidas. Y juro que aquella cosa olía que alimentaba, mas yo no osé probar tal merienda: si erraba mis hijas serían deshonradas y por el desierto rodaría mi hermosa cabeza. Minutos después de acabar la faena presenté la vianda a mi nuevo señor, que se maravilló ante el aspecto de aquella masa hecha con los productos más humildes que un labriego puede llegar a cosechar.
-¿Qué es esto que me ofreces, gañán? -preguntó don Sancho enojado.
-Se trata del producto obtenido de una receta familiar que se ha conservado en la familia a lo largo de décadas. Es toda una ambrosía con la que mis ancestros agasajaron a los reyes católicos en una visita que hicieron al último rey nazarí.
-¡Maldito moro! Pero bien que vivía aquel adorador de Alá... ¡Sírveme pues esa cosa y pruébala antes tú mismo!, pues no quisiera morir emponzoñado con semejante manjar -añadió con ironía el barbudo general. Corté una esquina y la probé... y cerré los ojos completamente asombrado... Eché una vista hacia el cielo, a un lado de donde brillaba un sol cegador. ¡Aquello estaba realmente bueno! Don Sancho, al cual le roían las tripas, atrajo el plato hacia sí, probó la comida y se maravilló aún más que yo. Luego se sonrío complacido y engulló lo que le restaba.
-Tan bueno está esto, bellaco, que me siento revivir... Y con este vino y esas tapas de queso de oveja soy el hombre más feliz de la dehesa. ¡Comed caballeros y respetad a las hijas del mesonero, pues jamas he catado delicia como ésta!
Y así conservé mi pescuezo gracias a la imaginativa cholla que envuelve este cerebro. Y así protegí la honra de mis preciosas niñas, quienes, pese a ciertos agravios verbales, siguieron tan honorables como ya lo eran antes de tan inesperada visita. Por descontado decidí montar un exitoso mesón, y el largo nombre de aquella receta se quedó en “tortilla”, pues tortas parecían aunque fueran soles y aunque supieran a manjar de dioses degustado en verano hacia el brillante mediodía.

3 comentarios:

Jacobino dijo...

El ingenio que sin duda posee el relato es desmerecido por el exceso de epítetos innecesarios, la mezcla de lenguaje culto y coloquial y algún anacronismo.

Suerte.

Anónimo dijo...

Es bueno pero le faltan comas.

Calvin dijo...

ME parece original el relato, y la forma de narrarlo es correcta, imitando el léxico de la época. El rpincipio es a mi entender lo más flojo. El primer párrafo es muy farragoso. Por lo demás creo que el relato, como digo está bien contado.

UN saludo