sábado, 9 de julio de 2011

47- El libro de alabaciones por César Bakken

Esta es la historia de a noche que pedí “el libro de alabaciones” en un restaurante. Creo que soy la única persona en el mundo que ha pedido semejante libro. Ocurrió hace diez años y de la siguiente manera:
Salí del Palacio Euskalduna casi a las doce de la noche, la ópera fue excelente:“Tosca”, de Puccini. Tenía hora y media hasta que el autocar me devolviera a Madrid. Durante todo el día pude disfrutar de Bilbao y, sobre todo, de su gente. Recorrí toda la capital, haciendo múltiples paradas culinarias en sus excelentes bares y degustando una fluida conversación con clientes y camareros. Era la primera vez que visitaba esa ciudad. Viajé solo, exclusivamente para ver la ópera ,pagando diez mil pesetas por la entrada (cantidad desorbitada para mi economía de veinteañero, pero un capricho de vez en cuando nunca está demás). Lo que no sospeché cuando compré la entrada, a través de un banco en Madrid, era que en este viaje me permitiría un segundo capricho, que es el motivo de este relato.
Al ser lunes la ciudad estaba bastante dormida cuando me alejé del Palacio Euskalduna, por lo que no encontraba ningún establecimiento abierto, de camino a la estación de autobuses, en el que poder cenar algo rápido antes de emprender el viaje de vuelta. Por fin, al cabo de un largo callejeo, di con un restaurante. Era un local muy bien arreglado y con aspecto de ser algo caro, pero como lo que yo quería era un simple bocadillo en la barra entré en él. Nada más entrar pedí una copa de cerveza y le pregunté al camarero que si tenían bocadillos. Me dijo que sólo servían cenas a la carta pero que, dado que estaban a punto de cerrar, podían prepararme un bocadillo de embutido. Yo quería algo caliente, así que le pedí que si podía hacerme un pepito de ternera o un bocadillo de lomo con queso. El camarero me dijo que esas comidas las servían al plato, pero que si yo lo quería en bocadillo no había ningún problema. Me decidí por el pepito de ternera. Mientras lo preparaban pedí otra copa de cerveza, pues sabía que en poco tiempo debía ir a la estación y tenía ganas de beber cerveza después de tres horas de fantástica ópera a palo seco.
Antes de que mi bocadillo estuviera listo el camarero me preguntó si quería añadirle unas lonchas del jamón que tenía encima de la barra. Le contesté que sí y él se puso a “tocar el violín” con destreza, cortando múltiples y finas lonchas. Por un momento creí volver a estar en la ópera. Perfectamente sincronizado con el cocinero, cortó la última cuando este le entregó el bocadillo. Las colocó encima de la ternera y me lo ofreció. Dí el primer bocado y dejé el bocadillo inmediatamente en el plato. Mastiqué, con cara de circunstancias, lo que acaba de morder y me lo tragué. Levanté el pan superior para ver el contenido del bocadillo. Era un pedazo de ternera bastante gordo, cubierto por el jamón, el cual aparté suavemente para ver bien el filete. Aspiré el aroma que exhalaba, en el cual triunfaba la ternera poco hecha, con un ligero rastro de jamón serrano muy curado y otro, aún más ligero, de pan de trigo tierno. Pero los tres se volvieron una auténtica armonía en mi paladar, y cuando me llegó el regusto de lo ingerido no pude evitar recordar la expresión que hacía un rato había escuchado repetidas veces en el Palacio Euskalduna: “¡bravo!”. Volví a dejar el jamón en su vacuno lecho y coloqué el pan encima, dándole un ligero apretón hasta que crujió levemente. 
En seguida me di cuenta de que si alguien me estaba viendo pensaría que yo no estaba muy bien de la cabeza al estar haciendo esa especie de “cata” a un bocadillo, en la barra de un restaurante. Pero es que estaba absolutamente delicioso y era necesario hacérsela.  Nunca había probado un pepito parecido. El camarero me miró con gesto de extrañeza y siguió a lo suyo. Disfruté cada bocado de ese suculento y fastuoso manjar en forma de bocadillo. Cuando lo terminé y volví a la Tierra, me fijé que en la pared del local estaba colgado el típico cartel de: “Este establecimiento dispone de libro de reclamaciones...”. Lo miré y llamé al camarero. Señalé el cartel y le dije que me gustaría pedir el libro. Sin decir nada se giró, seguramente para buscarlo, pero se detuvo al momento cuando me escuchó decir que el libro que yo quería era el de “alabaciones”. Sonrió con una pequeña mueca y me dio las gracias, mientras yo empecé a describirle la ambrosía que me habían dado y que había sentido lo mismo que una hora antes al escuchar el aria final de Tosca, “e lucevan le stelle”. El reloj del restaurante, que marcó sonoramente la una de la madrugada, me recordó que tenía que coger un autocar en veinte minutos, por lo que me apresuré a pedir la cuenta.
Con el mismo rictus impasible el camarero marcó en la caja registradora, diciendo en voz alta: “Dos copas de cerveza y un bocadillo de solomillo con jabugo: 2250 pesetas. Pagué sin rechistar felicitando, de nuevo, al camarero por tan excelente bocadillo y salí precipitadamente para no perder el autocar. De camino a la estación sonreí y comprendí que sólo en Bilbao son capaces de ponerte un solomillo de ternera de primera calidad (con jamón de jabugo) entre dos panes, a gusto del consumidor, sin advertirte previamente de que el bocadillo va a ser nueve veces más caro de lo habitual. Ya en el autocar recordé el chiste del “mapa mundi de Bilbao” y lo entendí perfectamente mientras me reía imaginando que si antes de saber el precio del bocadillo hubiese pedido otro para llevar, por si me entraba hambre en el viaje, en lugar de estar tumbado en un asiento de autocar estaría fregando platos a esas horas. Pero eso sí, estaría riéndome igualmente.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No está mal escrito, pero veo que seguimos con las anécdotas.

Jacobino dijo...

Falta el conflicto que debiera constituir el eje central. También algunas comas para delimitar explicativas.

Suerte.

Calvin dijo...

El relato, cierto es, es un poco anecdótico. El conflicto, el hombre quiere comer un bocadillo antes de subir al bus y al final lo consigue aún pagando mucho, es muy suave. Aún así, está bien escrito. Quizá demasiadas repeticiones de alguna palabra como bocadillo, pero bueno.

Un saludo

Anónimo dijo...

No es un cuento, es la anécdota de un viaje.