sábado, 30 de julio de 2011

92- La esperada cita por Praxíteles

Por fin había llegado el gran día de autos. Iban a enfrentar sus rostros cara a cara tras más de veinte años esperando una señal de aquella mujer y miles de horas de chateo por la red. La larga espera, sin embargo, no le impidió conocer otras personas de diferentes tallas y razas, desear otros cuerpos y besar alguna que otra boca, pero siempre había un hueco por donde el rostro impenitente de su amada se le inmiscuía y le impedía olvidarla.
Como en aquella ocasión en la que su juvenil presa que apenas acababa de cumplir la mayoría de edad, embriagada por el alcohol de unos cuantos cócteles y horas de baile en la discoteca, le juró ardor y pasión sobre un cómodo lecho, sin mirar la hora que pudiera marcar el reloj.
O aquella otra vez, en la que una amante secreta de exquisita educación le regalaba un pequeño obsequio cada semana a cambio de que le dedicara unos pocos minutos de su vida. Tampoco jamás respondió a sus extensas cartas.
En lo más recóndito de su cerebelo solamente tenía recoveco para aquella mujer que había conocido en un chat de contactos, a la que deseaba hacerle el amor y susurrarle al oído. No era muy amante de la informática y los ordenadores, pero sus más allegados le convencieron para que probara suerte.
Y así lo hizo. Con un salto al vacío, sin red. Probó en unos cuantos portales de internet que garantizaban encuentros presenciales tras la primera cita virtual. Pero es que apenas había tiempo para conocerse un poco más, no sé, saber algo más de nosotros mismos, musitaba por las noches entre golpeo y golpeo de las teclas de aquel vetusto portátil.
Los días transcurrieron sin sobrepasar la delgada línea de la monotonía, de una vida gris sin pareja formal, un trabajo repetitivo en la oficina y unos amigos que apenas le dedicaban conversaciones de interés cuando llegaba el fin de semana. De vez en cuando, conoce a alguien en un bar y tiene sexo para calmar sus instintos. No le satisface. Otras veces, entorna los ojos y se abandona a la intensidad amarga del chocolate negro: quince meses de dieta estricta casi le habían hecho olvidar lo bueno que estaba el dulce.
Hasta que dio con su otra mitad al otro lado de la red, en el ciberespacio. Quién lo iba a imaginar. Le contó aquella historia suya particular con el chocolate. Y otras muchas más, durante años y años de tertulia nocturna, con un teclado bajo las manos. Que le apasionaba la lectura. Rimbaud, sobre todo. Y los clásicos de la Generación del 27. Y también el senderismo, la escalada, los animales… Una complicidad exquisita entre los dos.
Ahora, al filo de los cincuenta, volvía a verla, casada con tres hijos y la misma sonrisa que mostraba en el mundo virtual. Al desplegar la carta del exquisito restaurante donde se citaron una calurosa noche de San Juan, se hizo el silencio. Duró una eternidad, pero al fin se atrevieron a dar el paso después de unas cuantas copas de vino. Una pidió carne, la otra pescado. No esperaron a los postres.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Se lía con el género del/de la protagonista.

Jacobino dijo...

Esto es lo que yo denomino un final tramposo, en el que la sorpresa se logra a base de engañar al lector, incluyendo alguna frase en la que, como indica el anterior comentario, se cambia el género.

Suerte.

Anónimo dijo...

muy buen relato. Q hay de malo con engañar al lector y no descubrir la trama hasta el final? eso le añade más inquietud al relato. M gustan los finales inesperados...

Calvin dijo...

Un final sorpresa es justo. Lo que pasa es que en el relato se nos hace creer que es un chico el que habla, cuando dice: saber algo más de nosotros mismos. Si son las dos chicas, supongo que utilizarán el femenino. Se que es un pequeño detalle, pero si no se cuida, el lector se puede sentir engañado.

Un saludo