viernes, 8 de julio de 2011

46- La despedida por Aguiba

“Las disgustos son menos con el estómago lleno”. Mi abuela nunca fue a la escuela, pero llegó a ser una mujer sabia, por eso de vez en cuando me regalaba alguna frase corta pero que encerraba toda su vivencia. Esta, en concreto, era  su favorita, y no dudaba en ponerla en práctica cuando la ocasión lo requería. Y ocasiones, tuvo unas cuantas.
            Por lo visto, las mujeres de mi familia tienen la virtud de vivir muchos años. Los hombres, por el contrario y por norma, mueren a temprana edad. Mi padre murió cuando yo era muy pequeña. Mi abuelo lo hizo al poco de nacer mi madre. Por eso mis imágenes de la infancia son esencialmente femeninas: la abuela al cargo del hogar y sus tareas, con especial amor por los fogones, donde derrochaba en ilusión y entusiasmo la pasión que no pudo ofrecer a su marido; y mi madre, trabajando siempre fuera de casa, aunque con pocas ganas, porque alguien tenía que conseguir dinero.
A mí, mientras, me encargaron la tarea de estudiar, aliadas las dos para que lo hiciera con ahínco y esmero, y para que así al menos alguna tuviese la oportunidad de llegar lejos. Y lejos, desde luego, llegué.
Por tierras latinoamericanas me hallaba cuando mi madre me avisó de que la abuela se apagaba: “No quiero yo hacerte venir y que te gastes el dinero, hija, pero creo que se muere…”.
Regresé cuando ya estaban en el tanatorio. Me despedí de la abuela sin aguantar las lágrimas, con esa congoja que se aloja en el estómago y durante horas y horas no permite compartirlo con nada más.
Se me atragantó la tristeza, mezclada con algo de culpa, por haberme perdido los últimos años de alguien que para mí era tan importante. Conflictos de la vida, que a algunos nos llevan hasta la otra punta del mundo buscándonos en vano.
Tras el entierro, volvimos a una casa llena de recuerdos pero vacía. Entré a la habitación de la abuela para encontrarme con la última sorpresa que la mujer me había guardado. En su cómoda, bajo el espejo, un sobre blanco gritaba mi nombre. Lo abrí controlando una emoción que se disparó nada más comenzar a leer:
“Le he pedido el favor a la hija de la Paqui, la carnicera, por no pedírselo a tu madre. La chica me mira con cara de que estoy loca, pero le obligo a escribir. Bueno no, que algo de dinero le he dado, que ahora los favores cuestan. A lo que iba: que os he dejado en el congelador mi despedida, para tu madre y para ti. Y no te pongas triste, mi niña, que desde que te fuiste, te siento más viva. Sé feliz. Y aunque sea desde lejos, cuida un poquito a tu madre”.
Cuando mis sollozos me lo permitieron, abrí el congelador. Dos fiambreras, una con mi nombre y otra con el de mi madre. No la llamé hasta que su plato humeaba sobre la mesa. Mi madre lo miró sin pestañear. No tuve qué explicarle la última ocurrencia de la abuela.
A mí me había preparado el guiso que tanto le loaba: patatas, pimientos y pedazos de níscalos que siempre disfruté como el mejor manjar que pudiera probar nunca. A mi madre su potaje preferido, con bacalao desmigado y los rellenos a los que siempre, siempre, les encontraba el punto.
Nos miramos antes de empezar. Intentos de sonrisa salpicados por lágrimas. El estómago agradecido tras tantas horas de abandono. Un poquito de la abuela en cada cucharada. Esta por su sonrisa permanente, recordé yo. Esta, por su manera dulce de reñir, dijo mamá. Con ésta, sus sinceras ganas de vivir. Y con ésta, el cariño que ponía en cada cosa que hacía.
Cuando los platos quedaron vacios, la abuela llenaba la habitación.
Y mamá y yo reíamos.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Demasiadas anécdotas, se echa en falta una historia diferente.

Jacobino dijo...

En efecto, uná anécdota; aunque narrada con habilidad, para ganar un certamen, un relato debe tener algo que lo haga destacar del resto.

Se echan en falta las comas previas a las explicativas.

Suerte.

Anónimo dijo...

Tratándose de ti, o de usted, Jacobino, no me parece mala crítica, o será mi positivismo absurdo, no sé, ando confusa.
En cuanto a lo segundo, le doy la razón totalmente, no sé escribir para ganar un concurso, fallo absoluto mío, ojalá hicieran un curso sobre ello, sería la primera en apuntarme. Por lo pronto, escribo lo que me sale, ea...
Y respecto a lo de las comas, no me convence. Mándeme un enlace de esos, a ver si aprendo algo...
Saludos
Aguiba

Calvin dijo...

Creo que el texto se lee fácil y eso es de agradecer. La mayoría de los que he leído hasta ahora están plagados de faltas de ortografía y errores graves de puntuación, repeticiones varias y demás. También me gusta como cambia el tono cuando el mensaje es de la abuela en vez de la narradora. Ahora bien, creo que le falta cierta tensión a la narración. Me refiero a que no es que no pase nada, de hecho la abuela muere y hay un tanatorio dep or medio, pero se pasa por todo eso de puntillas. Se centra mucho la historia en como la protagonista se educa y se va fuera y creo que eso no es relevante. Ampliar la escena del tanatorio le daría fuerza al relato. Quizá algún diálogo ahí con la madre. UN irse juntas a casa. algo así. Son sólo ideas, tampoco es que yo sea un profesional, pero creo que el relato ganaría en fuerza.

Un saludo

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Al anónimo anterior: si te gusta mi relato, dilo, que me alegrarías el día. Si lo que quieres es generar conflicto de malas formas, lo respeto pero no es mi estilo, así es que por favor usa otro medio, no mi relato.
Un saludo
Aguiba