sábado, 16 de julio de 2011

75 La escultural figura


Era su turno para cocinar esta noche, a pesar de que nunca lo había hecho. La cita era a las 10 puntual en su casa. Julio estaba nervioso, porque Natalia era guapísima. De cabello largo y rubio, con una caída casual por el cuerpo y unos ojos celestes penetrantes como el cielo de la montaña, la asimilaban a un ángel rebelde que deambulaba por el infierno. Su cuerpo, sencillamente era espectacular. Julio estaba hipnotizado por su hermosura.
Trabajaba en el museo y, después de algunos trabajos en conjunto, Julio se animó a invitarla a salir. Natalia aceptó y en una de esas citas, dedicadas exclusivamente para promocionarse cada uno, se jactó de ser un excelente cocinero. Pero no advirtió lo que luego podría venir.
La de hoy, era casi el ingreso a la última etapa de su conquista, antes de que Julio intentara besarla. Logró materializar la invitación hasta su hogar y ahí cocinaría unos sabrosos espaguetis con salsa de camarones. Eran su especialidad, según lo que le dijo una noche después de tres botellas de vino sobre el cuerpo.
Tomó la receta de una antigua revista que recordó haber guardado cuando decidió independizarse de sus padres. De eso casi 15 años. Aquella colección nunca la utilizó, porque los intentos de comida terminaron como sabroso alimento para el basurero.
El sonido repentino del timbre interrumpió la congregación de los ingredientes para la salsa. Aquello agilizó mucho más el nerviosismo de ese instante. Natalia apareció con una sonrisa de disculpa por adelantarse en el horario, pero Julio sencillamente no podía enojarse con esa belleza.
Le ofreció una cerveza y la invitó a sentarse en un piqueo, mientras preparaba la cena. Ella rechazó esa opción, porque le interesaba sobremanera comprobar cómo preparada esos exquisitos espaguetis.
Logró distraer a Natalia con algunas fotografías magnéticas estampadas en el refrigerador y aprovechó de leer la receta sin que se diera cuenta. Sacó de su lecho a los camarones y los bañó en agua. Una paradoja que no resucitaran en agua dulce. Se deslizaron divertidamente en un Wok, resbalándose infantilmente en una capa de aceite de oliva. A Natalia la seguía distrayendo con conversaciones de relleno. Cortó unos champiñones, trituró a un inocente diente de ajo y agregó unos cuadritos de pimentón. Después los cubrió con una capa de crema.
El aroma era seductor. La sal y pimienta colocaron el punto final a la cocción. Los espaguetis saltaban inquietos en el agua hervida. Cuando Julio logró la presentación adecuada del plato, el beso en su boca confirmó la conquista instantánea. La quería para siempre junto a él. La copa de vino a un costado de las velas confirmó que era una cena romántica. Compartieron sueño esa noche, tratando de encontrar un momento de tranquilidad entre las sábanas alborotadas, pero era prácticamente imposible no comerse en esa pasión.
El primer rayo de sol alcanzó a despertar las inquietantes molestias en el estómago de Natalia. Arribaron algunas recriminaciones por los aliños de la cena de anoche y, concluyeron el debate pasional en el automóvil, camino al hospital.
Una vez que el equipo médico descartó la existencia de algo extraño, decidieron que era oportuno dejarla en observación. En el transcurso de la tarde, las inexistentes molestias comenzaron a ser reemplazadas por una extraña ramificación de concreto que fue cubriendo distintas partes de su cuerpo. Como Natalia dormía profundamente, pensó que se trataba de yeso. Poco a poco fue quedando inmóvil.
Cuando volvió a espabilar, su desesperación empezó a crecer. Trató de tocar el timbre para que la enfermera la ayudara, pero no alcanzó a distraer al movimiento. Después el tronco adquirió el frío tono del cemento. Cuando Julio entró en la habitación, su figura casi inmóvil no lo sorprendió.
Examinó cada rincón de su cuerpo, cuidando que el cemento se expandiera de manera uniforme. Después de un silencio prolongado, Julio le preguntó cuál era su último deseo antes de convertirse en estatua. Natalia intentó un último movimiento de dignidad y pidió adoptar la mejor posición como escultura. A la medianoche, el equipo médico no logró encontrar una respuesta satisfactoria a las cínicas preocupaciones de Julio. Por eso apelaron a la última voluntad del supuesto esposo que lloraba la pérdida de su compañera, ante el inexplicable mal.
Julio necesitó una camioneta para llevar la nueva escultura a su hogar. La receta había cobrado a su décima víctima.

2 comentarios:

Jacobino dijo...

Admito que el vuelco final me ha sorprendido, máxime cuando al principio supuse que la narración plasmaba el sueño de un adolescente calenturiento, pero el lenguaje es pobre (7 adverbios acabados en mente), los personajes planos y buena parte de la historia trivial.

Suerte.

Calvin dijo...

Muy original. Cuando estaba casi dormido con la primera parte del relato sobre la belleza de la muchacha, la preparación del plato, y el beso de conquista seguido de cam, la historia ha dado un vuelco y me ha despertado. Al final, quizá son demasiadas las explicaciones, desde mi punto de vista innecesarias, pues queda claro lo que ha pasado, pero desde luego el giro es muy bueno. Creo que puliendo un poco el comienzo para que fluya más, y siendo más sutil en el final, el relato podría ser redondo.