En el
único restaurante del mundo donde las alcachofas con jamón saben a Varón Dandy
es en el Amadís de Gaula de Madrid. Uno podría creer que esos sabores de
posguerra se forjan en el trayecto de la cocina a la mesa, sin embargo, después
de recorrer medio mundo a la búsqueda de los sabores y las especias más
extravagantes, he llegado a la conclusión de que el Varón Dandy se lo tienen
que echar en la cocina, si no no es posible lograr ese inveterado y casposo
sabor. Otra cosa es que al camarero se le haya podido caer el peluquín encima
de las alcachofas, cosa bastante probable por otro lado, dada la cojera que
padece y la intoxicación etílica que no lo abandona desde que el Rayo ascendió
a Primera División. Por eso éste es uno de los restaurantes más sorprendentes
del viejo Madrid, tanto que yo lo que recomendaría al neófito es un cuidadoso
ejercicio de vigilancia, un exhaustivo examen de todo lo que entre o salga de
la cocina, incluidos los ruidos, sobre
todo los ruidos
-algunos completamente desconocidos para los mortales de dos piernas-
ruidos que sin saber por qué surgen de las lumbres y las alacenas y llegan a
cortar la respiración.
Otro
paso tampoco exento de peligro es ordenar los platos con ese desapego producto
de la conversación y la sobremesa, porque mientras el comensal se da cita al
pábulo con el contertulio de la esquina, un camarero del Amadís de Gaula se ha
dispuesto a tu lado, repitiéndote la carta con la soltura de aquellos
infortunados que tuvieron en su juventud que aprender de memoria la lista de
los reyes godos, y tan sorprendido quedas por ese mantra de caballeros andantes
que finalmente asientes con un gesto cansino, y ahí, ahí es cuando uno se
pierde amigo. Lo que se dice perdido del todo, porque el camarero que, sin
duda, va a ser incapaz de traducir ese galimatías de caracteres cuneiformes que
anotó en su cuaderno, puede llegar a servirte lo más insospechado que se haya
visto desde que la encantadora Urganda le sirviera un ágape al mismísimo
Orlando Furioso, y aunque expreses una queja del todo enérgica te va a dar lo
mismo, porque el garçon ya va camino a
la cocina con una determinación tan formidable que la cojera de hace un rato
ahora te parece una broma de mal gusto. Así son las cosas en el Amadís de
Gaula: un hombre con pajarita negra y chaquetilla de color indefinible se
adentra decidido en el fragor de ollas y cazuelas y sale tambaleándose,
rezongando una pierna vaga y huidiza, mientras se ajusta el equilibrio con los
hombros y las paredes del pasillo. Lo que se dice perdido del todo porque ahora
ya te tiene enfilado, y va derecho hacia ti con una sepia de soberbias
dimensiones, sepia a la que más que una parrilla parece que le ha pasado un
trailer por encima. ¡Que no, que eran macarrones¡ -tratas de aclararle- pero al
capitán Nemo no hay quien lo convenza, y
te deja la sepia con aquellas cicatrices que no sabes muy bien si son
las marcas de un asador o los cordones de unas botas de infantería. Entonces
buscas el consuelo en la mirada de otros compañeros, como hiciera yo aquella
noche, y puede que encuentres el sosiego en la bondadosa humanidad de Jesús
Urceloy, que puede estar dando cuenta a media vaca argentina con sus sellos y
sus marchamos, como aquellas piezas de carne de la postguerra que una vez
pasadas a la brasa se le corrían la tinta de los tampones y proporcionaban a la
carne ese aire oficial que lograba ocultar los rancios sabores del estraperlo,
y allí puede estar tu salvación, en ese
hombre que rebaña una costilla mientras el hilo violáceo de un tampón de
Abastos del 54 le recorre impasiblemente la barbilla.
Pero no
bajes la guardia amigo, porque las desventuras, que es de lo que están hechas
las historias de caballerías y algunos filetes de ternera, están siempre al acecho
en el Amadís de Gaula. Y así, casi sin darme cuenta vi pasar toda mi vida en un
segundo cuando el camarero -en despiadada lucha con otro colega- trataba de
arrebatarle la botella de vino que ninguno habíamos ordenado. Ni Orlando
Furioso, ni Ballestrín de los Montes
-quién tras el combate solía despacharse las asaduras de sus enemigos-
podría suscitar tanto pavor como aquel individuo mientras luchaba con una
botella de Don Simón en una mano y un sacacorchos en la otra. Hasta que por
fin, ya derrotado su adversario, descorchó aquel infecto caldo, y dejándolo en
la mesa, le dijo:
“Tú,
déjala aquí, que estos se la beben cagando leches”.
3 comentarios:
Es más un cuadro o una instantánea que un relato. Se mezcla de forma chirriante lengaje culto con lenguaje coloquial, y se emplea alguna palabra de forma incorrecta ("se da cita al pábulo"). También necesita revisar la puntuación.
Suerte.
Revisar la puntuación y darle un final, parece que hubiera cortado por lo exigido en las bases.
A mi en general me parece que se hace un buen esfuerzo por narrar las cosas con gracia. Ahora bien, es cierto que no veo que esté acabado. Parece que se ha cortado ahí por exigencias del concurso.
Un saludo
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