miércoles, 29 de junio de 2011

24- El plato vacío por Amarilla San Juan

    El plato está sobre mi mesa. Lo vi atravesar el pasillo en las manos del camarero que cuidaba sus movimientos para no balancear su jugoso contenido. Antes de llegar a mí con un hilillo de humo que jugaba con el aire, el plato reposaba entre los vapores de la cocina, brillante y vacío, sin ninguna prisa por tocar el revuelto de verduras con gambas que se freía en la sartén.
     Aitor, el viejo cocinero, había seleccionado cada ingrediente mientras pensaba que era injusto que lloviera esa tarde. Había acariciado con las manos impregnadas a albahaca fresca los vegetales que se adueñaron del olor a tierra y lo convirtieron en nueva su casa. 
    Antes del inevitable encuentro de las verduras y las gambas en la sartén, al lado izquierdo de Aitor, esperaban en un bol muy rosadas dando el toque marino a la tarde, la humedad que atravesaba la ventana, las gambas que añoraban el mar creyeron con el persistente palpitar de las gotas que venían a rescatarlas.
    Aitor se detuvo en un par de gambas pequeñas y adivinó en sus cuerpos la forma de las olas ¿Dónde habrían crecido estos pequeños animales que se esconden en la corriente? ¿Cuánto camino recorrieron antes de caer en las redes de algún marinero? Se pregunto.
    Las imaginó tan pequeñas pérdidas en medio del mar y sus profundidades. Son animales muy valientes, les dijo. Aitor se ajusto su delantal blanco, como movimiento de rutina metió las manos a los bolsillos y encontró un papel doblado que al parecer llevaba ahí varios días, una línea escrita con letra delgada: “eres mi sonrisa más grande” y después de un suspiro corto los vegetales que esperaban impacientes sobre la mesa.
    El fuego se encendió, calentó la sartén con aceite refinado. Las verduras primero cayeron en su fondo. Luego las gambas y empezaron a mezclarse, a bailar en un espacio reducido, sonaban al tostarse como cuando las hojas secas se quiebran.
    Sobre el plato blanco alumbraban los colores de las verduras. Aitor roseó un poco de sal y ajonjolí.  Era un plato exótico entre todos los demás platos que esperaban su turno. Cuando salió de la cocina no volvió a mirar a la repisa donde estaba el resto de la vajilla y la puerta se balanceo como una mano que se despide.
     Abrí la boca. Mi lengua se estiró, al primer bocado toque el cuerpo dulce de la albahaca, mis manos se sorprendieron con el tacto de la arena y la brisa. El segundo bocado me llevo al rostro el calor de un rayo perdido del sol, escuche el aplauso de los momentos que me habían traído hasta aquí.
    Un poco de mar, un poco de tierra y una nota de amor sobre mi plato, tome mi tenedor con la mano derecha, lo hundí en el revuelto y vi como me rodeaba el olor a lluvia.
    El último bocado fue lento pero preciso, lleno mi memoria de un eterno placer, suspire con un suspiro que no era mío, toque las flores grabadas en el borde del plato y le agradecí por contarme su historia mientras quedaba vacío. 

3 comentarios:

Jacobino dijo...

Me parece una mera anécdota carente del conflicto que debiese constituir la esencia del relato.

Suerte.

Anónimo dijo...

Pues a mí, como lector me ha conectado con el gusto, el olfato, el tacto, no me parece poca cosa.
Jacovino, creo que deberías darle un descanso a tu manual de narrativa y dejar de intentar quitar crédito a los relatos que transmiten algo (y que no has escrito yú, desde luego)
Una anécdota es también un relato, no siempre debe aparecer un conflicto en la narración. Hay que saber "leer" otros contenidos. Por cierto ¿has visto el club de los poetas muertos?

Calvin dijo...

Yo opino que sí hay un conflicto. El conflicto es que el chef a perdido su amor. Esto lo refleja en su plato y lo hace tan bien que el comensal lo siente con cada bocado. La idea, creo que en principio es buena, pero hay algunas faltas de ortografía que dificultan la lectura, unidas a verbos en los que el tiempo no queda del todo claro.

Un saludo