jueves, 4 de agosto de 2011

109- Un empleo de riesgo por Paul Bocuse

Apenas llevaba un par de meses trabajando en este restaurante y ya estaba pensando en dejarlo. Al principio todo discurría como en cualquier otro lugar en el que hubiese cocinado antes, pero últimamente las cosas se habían torcido. Situado en el mismo paseo marítimo, tenía cierto encanto, pero el ambiente laboral se encontraba enrarecido y, por momentos, rozaba el disparate. De acuerdo, yo no había ayudado a mejorarlo liándome con la novia de mi pinche, que para colmo era la camarera, pero esta no era mi principal preocupación. Tener que soportar los continuos comentarios a mi modo de elaborar los platos, por parte del dueño, cuando demostraba a cada instante que no tenía ni idea de cocina italiana, sí que me sacaba de mis casillas. Además, el palurdo ponía continuamente en el tocadiscos esa maldita tarantela que martilleaba en mis oídos. ¡Por Dios! Si lo más italiano que había en el local era su americana Armani falsa, fabricada en Pakistán. Con decir que hasta me obligaba a echarle nata a la pasta carbonara. Era un completo inepto, y así iba el negocio.
Aquella tarde comenzó como tantas otras, un par de mesas en el salón y algún que otro pedido a domicilio. Don Gregorio estaba sentado viendo los toros y vociferando con un ole cada pase de muleta. En la cocina, Javito y yo nos afanábamos en preparar los escasos ingredientes que utilizaríamos esa noche. En teoría, el joven pinche no sabía nada de lo sucedido con la caliente y voluptuosa Conchi, pero reconozco que cuando lo veía aparecer por el rabillo del ojo, armado del cuchillo grande, un escalofrío recorría mi cuerpo. Ella, mientras tanto, servía las mesas y cada vez que se acercaba me ponía ojitos. La noche avanzó con mayor pena que gloria, el cansino de Don Gregorio se asomó en un par de ocasiones con estúpidos consejos: "No estires tanto la masa, que las pizzas se quedan muy finas”, “Dale más fuego a la polenta, que si no tarda mucho". Cada vez que abría la boca demostraba su incultura. Tuve que bajar una vez al almacén, momento que aprovechó Conchi para apestillarme en las escaleras y ponerme precisado. Y llegó la hora del cierre. La chica cerró las puertas y bajó la persiana a medias, Don Gregorio carcajeaba los improperios de los "Supervivientes" en la maldita caja tonta y a Javi le tenía perdida la pista. Yo descendí al almacén para guardar algunos ingredientes, aquel sitio era tétrico, pero al menos parecía limpio. De repente, la tarantela que ya solo se oía de fondo, atronó a todo volumen. Desde el sótano, pregunté qué era lo que pasaba, pero no obtuve respuesta. Dándolos por locos perdidos continué con mi labor para irme de allí cuanto antes, cuando algo golpeo mis pies por atrás. Me giré, y lo que vi provocó una arcada que apenas pude contener; la cabeza de Don Gregorio me observaba, separada del cuerpo, desde el suelo; seguía teniendo esa expresión bobalicona como si fuese a decir alguna sinrazón. Mis piernas temblaron y casi me desmayo, pero una inyección de adrenalina me recompuso al observar, en lo alto de las escaleras, el forcejeo entre Javito y Conchi. Antes de poder hacer un solo movimiento, el cuchillo grande que portaba el pinche atravesó el pecho de la joven desdichada. La tarantela sonaba a un ritmo incluso más rápido que el latir de mi corazón, lo que dotaba a la escena de un aura casi absurda, cuando el cuerpo de la ardiente chica se desplomó sin vida. Y finalmente, el cornudo homicida centró su mirada en el que desde el principio era su objetivo, yo. Estado de pánico se quedaba corto para definirme en el instante en que el endemoniado descendió los escalones de tres en tres. Se inició entonces una trepidante y ridícula carrera por el diminuto almacén al ritmo de la música sureña, las cuchilladas alcanzaban los enseres, las tuberías (que manaban agua) e incluso a mí. La paranoia llegó a su cúspide cuando me encontré forcejeando con el desquiciado y el afilado acero se aproximó peligrosamente a mi cuello. Tropezamos y caímos aparatosamente al suelo, ambos abrimos los ojos desorbitadamente. Nos separamos y quedamos acostados uno junto al otro con las espaldas contra el firme, con la diferencia de que él tenía el cuchillo hincado en su vientre. Herido me arrastre como pude por las escaleras, mientras el demente estiraba el brazo aún con vida para intentar retenerme. Una vez fuera del infernal local, y cuando creía que toda aquella locura a ritmo de tarantela había finalizado, el restaurante reventó con una enorme deflagración que me arrojó, inconsciente, a varios metros.
Casi una semana después desperté en el hospital, la policía me esperaba y me interrogó durante horas. Finalmente creyeron la inverosímil versión que les relaté, ellos me comunicaron que no hubo supervivientes (cosa que ya imaginaba), y que la explosión se produjo debido a que el enajenado debió romper la tubería del gas en una de sus abatidas. La ciudad ganó un nuevo suceso trágico y perdió un pésimo restaurante italiano. ¿Quién sabe? Quizás el cambio fue bueno. Yo por mi parte, decidí hacerme albañil, el de cocinero es un empleo de alto riesgo.

5 comentarios:

Jacobino dijo...

El preámbulo se hace largo y el resultado es previsible. Hay que revisar la puntuación (además del punto y la coma, existen los dos puntos y el punto y coma).

Suerte.

http://lenguayliteratura.org/mb/index.php?option=com_content&view=article&id=189:el-arte-de-poner-comas&catid=321&Itemid=122

Calvin dijo...

A mi mode de ver, el relato es interesante. El juego a la carrera del asesino y el protagonista es potente y está bien desarrollado. Ahora, la historia es algo lineal. Quizá se podría haber empezado por le final o por la escena que digo para volver atrás y llegar hasta ese punto. Sólo una opinión.

Un saludo

Paul Bocuse dijo...

Gracias a ambos por leerlo y comentarlo. Estoy empezando en esto de contar historias y cualquier crítica constructiva se agradece. Calvi me apunto tu idea.
Un saludo.

Dubois dijo...

Aunque creo que debe vigilar los signos de puntuación, a mí el relato me ha gustado y creo que tiene buen ritmo. Además el pseudónimo del autor me parece un acierto y el título concuerda perfectamente con el contenido. Suerte y por favor sigue escribiendo.

Paul Bocuse dijo...

Muchisimas gracias Dubois, comentarios como el tuyo suponen un gran aliciente para seguir escribiendo.
Un saludo.