jueves, 14 de julio de 2011

62 Auge y decadencia de los Huevos Celestinos por Matraco

            En pleno apogeo, luego de retener por cuarto año consecutivo la corona que lo distinguía como el desayuno por excelencia de la crema y nata de la ciudad, la quintaesencia de las delicias culinarias, mesié Dubuá, cinco veces ganador del premio internacional Tenedor de Oro, Gran Comendador de la Logia de Sibaritas Dorados del Olimpo, doctor honoris causa de la Escuela de Alta Cocina de Bacatá, cronista sin par y hombre a carta cabal sentenció en su célebre ensayo sobre los Huevos Celestinos, platillo rumiado, fraguado y decantado en el Grand Restaurant Lee Pen Dee que regenta y gerencia mi padrino Lizardo, Le Beau Lizard, para sus comensales...
            «El prodigio que emana de los Huevos Celestinos, su sortilegio, su grandeza y majestad sólo pueden concebirse bajos los preceptos y en los terrenos donde subyace y se gesta la teoría del caos. Cada elemento constitutivo: les oeufs, l'oignon, les tomates, le beurre, le chili, la crème, le sel es en sí mismo furia y conmoción virulenta, ímpetu rábido y tremebunda asonada, factores estos que se amplifican y sobredimensionan cuando convergen y se interrelacionan con los demás elementos forjando de tal suerte un sistema en contradicción perpetua, una pugna a muerte de fuerzas opuestas, de energías que se repelen y se expanden pero que a su vez y en virtud de esa lucha sin tregua, de esa maravillosa batalla cuerpo a cuerpo, fibra a fibra, a esa danza milenaria en torno del fuego sagrado dan origen, sin apenas preverlo, sin siquiera sospecharlo a un cosmos caóticamente equilibrado, a una mezcla de efluvios embriagantes, a un remolino vertiginoso que en su afán de estirarse se contrae, a una sinfonía de voces disonante que suena maravillosamente bien, que sabe maravillosamente bien, que no tiene parangón en la comida criolla»…
            Por ser ahijado de la casa y gozar del favor del genio, tuve la suerte de gulusmear el prodigio más de una vez, en la fuente misma, en la paila donde se desata el big bang y empleando para el efecto las cucharas de palo encargadas de provocar el remolino vertiginoso, la mezcla de efluvios embriagantes y a fe que nunca pude experimentar el éxtasis, el embrujo inefable que tanto fascinaban a mesié y a la crema y nata de la sociedad local.
            «Los Huevos Celestinos son como la Cenicienta», me cuchicheó una noche Le Beau Lizard, subrayando las palabras, revelándome el quid de su éxito, confiándome cuál era el ingrediente secreto que agregaba a su caldera mágica para subyugar tan formidablemente a sus clientes. «Ponme atención, hijo. Los “celestinos” sólo son regios cuando abandonan la cocina para vestirse de gala, sólo enamoran cuando tienen calzadas sus zapatillas de cristal. Si tuvieras la fortuna de hincarles el diente en el salón principal del Lee Pen Dee mientras escuchas a tu izquierda un coloquio de alto vuelo entre un ministro y un senador, y a tu derecha una dulce trifulca entre el cantante de moda y su cocotte, y, en tanto escuchas y te enteras de cómo mueven la bola los que mandan la parada en este feudo, te regodearas con el escote y el culo de la actriz de moda y con decenas de escotes y culos más espectaculares todavía de beldades que parecen sacadas de un cuento de hadas, y culos, escotes, coloquios, trifulcas, protocolo, glamour, sonrisas y poses son pontificados, fotografiados y descritos luego en las revistas de farándula, en los magazines donde canta el poder y tú quedas allí etiquetado y  reseñado para la posteridad como si fueras parte principalísima del convite, te juro que mi platillo, que se te antoja tan ñoño y tan chungo, te sabría a ambrosía, a gloria, a bocado de cardenal».
            Híjole, no había discurrido por esa vía ni visto a los celestinos de ese modo y de todos modos asina jamás los manducaría, que yo no tenía facha, trastienda y faltriquera para sentarme a manteles en el Lee Pen Dee a tutearme, sanjuanearme y retratarme la jeta y la mondonguera en compañía de las vedettes del ballet capital, de los currutacos que mueven los hilos del poder en este rincón parroquiano y tropical del mundo capitalista.
            Poco tiempo después, enfilando también las baterías hacia las causas exógenas del revuelo, apareció un artículo en la prensa, escrito por algún resentido social, que debatía la tesis del caos de Dubuá y que sostenía sin andarse por las ramas que el único sortilegio arrebujado en los Huevos Celestinos es el lograr mediante el empleo sutil de zalemas, trolas y triquiñuelas que un hatajo de cretinos, farolones y mequetrefes, esté dispuesto a pagar la friolera de ciento cincuenta mil talentos por consumir un platillo que no alcanza a costar los mil doscientos patacones… «Pingüe esquilmo, esa es la verdad. Lizardo es un ladino, sabandija y gatera. Un avivato dedicado a escamotear lipendis con la sal de sus huevos»…
            Tal vez por ello y porque toda moda termina por cansar y porque los Huevos Celestinos perdieron exclusividad y comenzaron a ofrecerse en cuanto restaurante había en la ciudad, a las finas hierbas y a mitad de precio en los establecimientos de paripé, con chorizo y papas a la francesa, a tres mil trescientos patacones en las fondas de media petaca, a mil cien el combo con plátano y gaseosa y a mil quinientos la cajita feliz con pijotada incluida, en los restaurantes populares, con carne desmechada, morcilla, longaniza, guacamole y sin huevo, en el Parador del Manteco Humberto, mi merendero preferido, lo cierto fue que con el tiempo, el platillo de marras perdió lustre, dejó de ser trovado y alabado y de sus glorias pretéritas, de su universo caótico sólo quedaron el recuerdo y un par de notas que nadie volvió a leer.
            Su decadencia, empero, su agotamiento, su degradación trastumbando en lo más bruno del arroyo no afectó el prestigio del Grand Restaurant Lee Pen Dee. Como el genio y figura que es, Le Beau Lizard se reinventó y puso a disposición de su distinguida clientela una nueva creación bruñida en su fecundo magín y sazonada en su célebre calderón: las Salchichas Pretorianas, un Tsnami de potencia, turbulencia y magnificencia, una ola de fuego centelleante, a juicio del buenazo y pinturero de Dubuá, que a mí, digan lo que digan las dueñas de los escotes y los culos, no logran enamorarme el paladar.         

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Este relato se me ha hecho pesado, con un vocabulario en exceso rebuscado, que no amplio como pretende demostrar, y creo que a mí particularmente no me ha aportado nada.

Jacobino dijo...

Mucho palabrerio para adornar la nada.

Suerte.

Anónimo dijo...

No narra.

Calvin dijo...

Se busca un efecto con tan rebuscadas palabras que podría llegar a ser interesante si viniera la caso. Pero ya cuando vas por la mitad del texto te entran unas ganas terribles de dejar de leer. YO he seguido hasta el final, pero me ha parecido que el lenguaje trataba más de estorbar que de comunicar. Lo sineto.

Un saludo

Anónimo dijo...

Hay palabras que me obligaron ir al diccionario y otras que ni aparecen como currutacos o lipendis, y otras que me obligaron ir al diccionario como gulusmear, híjole, asina o paripé.

Alain dijo...

Ya el primer párrafo es nefasto. Para algo existen los puntos. Pero pensaba que iba a mejorar. No fue así. Más que relato es una masturbación literaria. Sólo goza el autor. Al menos eso espero.