martes, 2 de agosto de 2011

97 Tarta reconciliación al bouquet de menta por Alba Rosmar

Reuní  todos los ingredientes sobre la  mesa de granito. Abrí la ventana y dejé que penetrara el aire limpio del día, que la luz acogedora del sol desvirgara cada rincón de la cocina e hiciera refulgir las hojas de menta, todavía mojadas por las gotas de rocío que, como cristalitos colgantes deshicieron el espectro solar en ramilletes de colores. Dispuse los limones de piel gruesa sobre la tabla oscura. Los corté en mitades, rallé la cáscara que luego añadiría a la masa y aspiré el aroma cítrico, dejando volar mi mente hasta los campos arbolados en plena floración, atiborrados de azahar, donde le conocí cuando la vida era fresca y nosotros, jóvenes.
En una jarrita vertí la mantequilla derretida previamente, como se vierte el corazón para que gotee su esencia y supe, tras cascar, separar y batir  los huevos dorados y hermosos en un cuenco que, del mismo modo, que de ellos puede germinar la vida, una vez fecundados, también puede recrecer el amor, una vez vuelto a plantar, aunque la tierra ya no sea fértil, el paso de los años la haya desecado y haya sobrevivido a la sequía, el granizo, las tormentas y el hastío, removiéndola con un poco de abono y mucho oxígeno para renovar los aires viciados, aderezando la masa con canela, tras juntar los huevos con la harina tamizada y un poco de leche pura, después de haber dejado que las claras monten a punto de espuma para dar cuerpo, para evaporar los resquemores que va dejando la vida.
Por un descuido, casi se me olvidó el azúcar que endulza las rencillas forjadas con los años y las hace más livianas. Se revuelve con cuchara de boj; se prueba para conocer el punto; se echa más azúcar, por si el comensal es goloso o, por si la vida le dejó el sabor salado de las lágrimas en el paladar y se da vueltas otra vez, añadiendo unas pocas gotas de perdón y de licor de naranja para realzar el sabor, para potenciar la reconciliación, como cuando nos mirábamos después de una riña y con sólo vernos el imán del amor y del deseo bastaban para encender la hoguera en la que nos abrasábamos, a 180 grados de calor, como el horno que encendí previamente para que caldease y fuese recobrando la temperatura del hogar que fue, lleno de hijos entrando y saliendo, repleto de pucheros borboteando en la chapa, de olor a carne en la brasa, a besugo en el horno, a alubias cociéndose lenta y sabiamente, de dedos que untaban salsas exquisitas y rezumaban placer en los labios, de regañinas por hacerlo, de risas por haber burlado la prohibición. Una cocina llena de movimiento, la misma que ahora alberga a dos ancianos distanciados, que apenas hablan, pero a los que todavía une la complicidad del buen plato en la mesa.
-Me acuerdo de aquel pastel que solías hacer cuando nos conocimos –me dijo una vez, hace no tanto– cuánto daría por volver a probarlo y entornó los párpados mientras evocaba la textura esponjosa de la mezcla de la nata casera,  el huevo y la harina, rociado con limón recién exprimido y tocado con un suave bouquet de menta fresca y aromática.
Saqué el molde del horno y por el aspecto, prometía tener esas mismas características que él recordaba como un símbolo de aquellos primeros años felices. Puse un poco de nata en una manga pastelera y escribí sobre la tarta “Por ti y por mí, por la felicidad que nos queda”.  Dejé que se enfriase y le puse unas ramitas de hierbabuena.
Cuando saqué el pastel a la mesa, al final de una comida especial de aniversario, él sonrió sorprendido, me tomó vacilante de mi mano temblorosa  y con un brillo que yo nunca había visto en sus ojos, me dijo: “todavía te quiero”.

2 comentarios:

Jacobino dijo...

También incurre en todos los errores de principiante, salvo comenzar presentando al protagonista.

Suerte.

Calvin dijo...

Es una narración muy espesa. El segundo párrafo, en formata monofrase es demasiado.

Un saludo