lunes, 27 de junio de 2011

21- Más fácil que freír un huevo, por Anaida Gudos

    Es inevitable,  el primer día que le comentes a tu madre que quieres independizarte, con un vaticinio lapidario te dirá:
-      ¿Adónde vas a ir tú, si no sabes ni freír un huevo?
            Una vez que te has marchado de casa llega el momento crítico  en que tienes que hacer la compra. En el supermercado te das cuenta de que el lugar donde está cada cosa es un misterio porque durante años, cuando la acompañabas porque no se fiaba de dejarte solo en casa, te despistabas en la zona de los videojuegos, y cuando iba a recogerte el carro ya estaba lleno. 
            Localizado  casi con GPS el sitio exacto, descubres con pavor que una docena  son 10 huevos y que tienen tallas  M , L, XL, lo mismito que si estuvieses en una tienda de ropa, y que los hay blancos, morenos, bajos en colesterol…  Entonces buscas los más baratos, porque a fin de cuentas un huevo es un huevo y lo único que quieres es comértelo ensopándole media barra de pan. 
      ¡Este va por ti, mamá! – te dices orgulloso en la cocina simulando  una chicuelina.
            Lo coges con delicadeza, como si fuese un pastel de merengue,  pero enseguida se acaba la finura y lo estampas contra el plato. Queda todo mezclado, cáscara, clara y yema, mientras piensas: ¡la he liado!
            Agarras otro,  le das un golpecito suave contra el borde del plato, y no se abre. El segundo golpe, y  nada,  con rabia le das el tercer golpe, sintiendo como si  el huevo te mirase con recochineo y te dices, pero bajito para que no te escuche, que un maldito huevo no va a poder contigo, ni mucho menos para darle la razón a tu madre. Pero  el huevo rebelde, y como si te estuviese leyendo el pensamiento,  se espachurra entre tus dedos,  que lenta y pegajosamente se va esparciendo por la encimera,  gotea por la puerta del mueble, y por más que pones la mano en un intento de frenar su viaje hasta el suelo, la clara arrastrando la yema ya  ha pringado media cocina. Menos mal que compartes piso con tres “adanes” (como los llama ella), porque a estas alturas y si fuera la cocina de  tu madre, ya estaría histérica.
            El tercero no se resiste, al primer golpe contra el borde del plato se abre en dos. ¡Lo tienes dominado! En ese preciso momento  te das cuenta de que el triunfo es demasiado corto, y empiezas a preguntarte si se echa en la sartén con el aceite frío o caliente.  Mejor frío para que no se queme, y enciendes el fuego. En esto  suena el móvil, tu amigo Pedro se enrolla con cualquier tontuna hasta que das media vuelta, el aceite está que arde, mejor,  así se hace antes. Lo sueltas con brío y ves con desesperación al pobre huevo retorciéndose sobre sí mismo mientras se carboniza, y no puedes hacer nada para salvarlo porque el chisporroteo del aceite te impide el paso. Enterrado el huevo en el cubo de la basura y con las tripas en guerra, rebuscas  alguna lata de atún (de las que te trajo en su última visita), y llegas a la sabía conclusión de que la primera  persona que pronunció la frase  “más fácil que freír un huevo” no pudo ser otra que una madre despechada porque su hijo se iba de casa.
            Vuelve a sonar el móvil, y quién va ser  sino ella que parece haber imaginado la escena.
-      ¿Qué has comido hoy, hijo?
-      Huevos fritos mamá…
-      ¿Y te han salido buenos?
-      Buenísimos mamá, ¡buenísimos!

7 comentarios:

Jacobino dijo...

Brillante y con sentido del humor, aunque quizá le falte algo de intensidad narrativa y revisar la puntuación.

Anónimo dijo...

Trivial y no hace literatura, cuenta lo vivido por cualquiera que haya compartido piso.

Calvin dijo...

Me gusta mucho el final del relato, en el que ni siquiera consigue hacer los huevos y acaba comiéndose una lata de atún. Eso sí, el texto en sí me parece un poco simple, la forma en la que está contado, y las anécdotas del supermercado y del tamaño de los huevos un poco excesivas (queda un poco toli el personaje). Pero bueno, sólo una opinión.

Un saludo

B. Menorca dijo...

Se lee con una sonrisa en los labios.

Anónimo dijo...

Simpático. No encuentro la manera de votar. No encuentro las estrellas

Alain dijo...

Divertido. Me gusta la elección en segunda persona. No es pretencioso y entretiene.

Anónimo dijo...

No entendí la parte de que 10 huevos es una docena. O es un pequeño error o falta de percepción mía. ¿Quizás dos se rompieron antes? El cuento me divirtió. Alvaro