martes, 5 de julio de 2011

33- Paella para 23

Mi abuela me ha levantado pronto para ayudar. Las mañanas son para trabajar y hacer cosas en casa. Da igual que sean vacaciones. Ella es una persona muy estricta con eso.
Un vecino ha traído esta mañana un conejo; es para la paella que vamos a hacer hoy.
Nos juntaremos más de veinte personas, casi todos amigos de mis padres. Estos días así son una de las cosas que más me gustan en el mundo. Que mis padres inviten a muchos amigos y que se queden en el campo con nosotros varios días, para que siempre haya animación, cosas que hacer y la paella de rigor al fuego. Nos la comemos al aire libre, en la sombra y luego los mayores echan la siesta y nosotros nos bañamos en el río.
Es lo mejor del verano y del año.
El conejo está aún vivo. A mi abuela no le entusiasma matarlo, pero el vecino esta vez no ha tenido tiempo y lo ha traído sin arreglar. Así que, pone la zafa en el suelo y coge al conejo asustado por las patas de atrás y así, cabeza abajo, le da un golpe seco en el cogote.
Muerto al instante. No me ha dado tiempo ni a prepararme para mirarla como lo hace mientras sujeto la zafa. Siempre me sorprende con esa dureza suya. Se supone que es la abuelita cariñosa, ese gesto sin contemplaciones con el que mata al conejo o hace otras cosas, contrasta con la imagen que ella intenta dar.
No tengo mucho tiempo para reflexionar sobre estas cosas, mi abuela está pidiéndome que sujete bien el barreño para el siguiente paso. Agarra al conejo con fuerza y le hace un tajo de arriba a abajo. Las tripas salen a empujones. Es increíble que todos esos tubos y vísceras que ahora caen a borbotones en la zafa, haciendo una montaña, hayan cabido en la barriguilla del conejo.
Lo único malo de esto es que todo lo que sale del conejo huele mal. No me gusta ese olor a excremento tan intenso y extraño.
Ahora el conejillo está limpio por dentro. Mi abuela hace un corte en las pezuñas y tira fuerte de la piel que se va desprendiendo como quien quita unos vaqueros ajustados a alguien. (Como soy una niña supongo que lo comparo más bien con mi madre quitándome el pijama por la mañana).
Me pide que agarre yo las patas para poder, ella, tirar con más fuerza. Finalmente toda la piel cae en el barreño junto con las vísceras y el conejo está pelado. Parece que ha encogido y los ojos están más saltones que antes.
Tampoco se tarda mucho en hacer esto. Mi abuela lo lava y trocea. Nos lo llevaremos al campo para la paella que nos espera.
Mi padre nos recoge y subimos con el conejo a la casa del campo. Mi madre ya está preparando el fuego. La gente está por allí cada uno a su aire y otros van llegando. Un amigo de mis padres ha traído una gallina criada por él. Ya está arreglada y no paran de hablar de ella. Comer de esta paella va a ser todo un acontecimiento. Alguien prepara la olla para hacer el caldo gigante con la gallina, supuestamente, más sabrosa del mundo.
Mientras, todos hablan, ayudan a preparar cosas o toman cerveza. Se está muy bien. Y el caldo va dejando un rastro de olor cada vez más intenso. Es imposible no notarlo y nos vamos acercando a él poco a poco. Me dan para probar una cucharada.
¡Es increíble! Una de las cosas más buenas que he probado en mi vida. No sé con qué han alimentado a esa gallina, pero ella sí que nos va a alimentar a nosotros bien.
Mi madre está ya sofriendo todos los ingredientes en la paella: el conejo que he ayudado a arreglar, el ajo, los pimientos rojos, las judías verdes, los abones, el tomate... Llega la hora de ponerle ese caldo oscuro y denso a todo y echarle el arroz. Yo no me he perdido detalle, prefiero estar cerca de lo que se cuece que irme por ahí a jugar. Solo quedan veinte minutos y la paella estará lista. Nos vamos acercando a la mesa.
Mi madre y un amigo sacan la paella, ya hecha, del las brasas. El olor y la pinta son demasiado. Unos se sirven en un plato y otros comemos directamente de la paella. Así es como me gusta a mí, comer de la paella y rascar el socarrat.
Qué maravilla. Es lo mejor que he probado nunca. El caldo de la gallina ha sido un éxito y el conejo también. Así que yo he sido partícipe del resultado aunque sea un poquito.
Después de comer estamos todos satisfechos y contentos. Y como es tradición, jugamos con el tizne de la paella. Nos pringamos los dedos de negro tocando el revés de la paella y pintamos a los demás en la cara, el brazo o donde consigamos darles sin que se nos escapen o nos pinten a nosotros. Agotados y llenos nos sentamos de nuevo a respirar. Todos parecemos indios con la cara llena de rayas de tizne. Es hora de ir a darse un baño al río o pegarse una buena siesta los que han bebido mucha cerveza.
Y 25 años después recuerdo esa paella como la mejor que he comido nunca; y ese día como uno de los más agradables de mi vida. Y lo cuento en presente, como si fuera ahora. Me gustaría que fuera ahora.

4 comentarios:

Jacobino dijo...

Una mera anécdota, aunque bien narrada.

Suerte.

Calvin dijo...

El texto gira en torno a la preparación de la paella y hay imágene potentes como la matanza del conejo por parte de la abuela que nos mantiene atentos. Sin embargo, a mi entender no termina de definirse si el narrador es niña o mujer. Al final deja claro que es una mujer y que lo cuenta en presente aunque pasó hace mucho, pero entonces no tiene sentido la explicación anterior de ...como soy una niña...Creo que queda raro.

UN saludo

Anónimo dijo...

Se puede saber quienes sois vosotros para hablar así de los relatos?? No tenéis mucha idea, la verdad.

Anónimo dijo...

El tema del narrador es precisamente le juego del relato.