martes, 24 de mayo de 2011

5- Los Jueves, Lasaña, por Pepe Sombra

Nuestra amistad comenzó en la adolescencia. Fuimos sobreviviendo a varios cataclismos que, de uno en uno, se nos fueron llevando a los amigos. A medida que esta orfandad  crecía, me hermanaba más con ese chico de mirada profunda y húmeda, propia del altiplano andino. Hasta que sólo quedamos nosotros dos en la ciudad nostálgica. Años después, decidí seguir sus pasos y mudarme a ese pueblito atlántico rodeado de dunas y bosques de acacias, donde él se había instalado hacía algún tiempo y casi sin querer, iniciado una familia que luego acabó en naufragio. Fue entonces que empezó la ceremonia de los jueves.
Gonzalo había aprendido los secretos de la cocina italiana, con una prima lejana que apareció una vez en su casa al comenzar los días soleados, para desaparecer al final de la temporada, dejándole como recuerdo infinitas variantes de un mismo plato. Y a cada una de ellas, mi amigo le agregaba un pedazo de su alma.
Ni el verano más tórrido o el frío más intenso, ni los diluvios sureños, ni los celos de alguna novia o novio temporales interrumpían las cenas de la amistad. A medida que me acercaba a la casa iba sintiendo el placer anticipado de la charla en la cocina y de preparar una mesa donde además de la comida disfrutábamos los sueños compartidos.
Por los jueves desfilaron nuestros miedos, alegrías, miserias, nuestros romances laberínticos, la infancia y adolescencia de los hijos, sus escarceos con el alcohol.
Festejábamos la llegada de la primavera con lasaña de verduras frescas, el aroma desparramándose a través de las ventanas abiertas y metiéndose en las vidas de los vecinos. En los inviernos nos abrigaba una rellena de  pollo y especias, mientras trozos de bosque ardían en la chimenea. La elegida de los días calientes se servía bañada en crema de zanahorias.
Los entrantes eran parte importante de la fiesta y un barómetro anímico. Una ensalada Caprese perfumada con albahacas frescas del jardín, equivalía a un estado de armonía suprema en la vida de mi amigo. Cuando estaba agobiado ponía un par de aceitunas lánguidas, o un trozo de queso. Si servía la lasaña como único plato, la situación era crítica.
Algunas veces compartíamos sólo el silencio, inmerso cada cual en su monólogo interno mientras la pasta se gratinaba a fuego lento.
Sus confidencias eran siempre ligeras, podía estar en medio de una catástrofe y me contaba una versión mínima con su voz casi inaudible y atenuada con sonrisas. En cambio él para mí, ha sido el blanco de las confesiones más filosas. Cuando llegaba a la cita abatida después de algún mal día, con el abrazo de bienvenida se me aflojaban las lágrimas entre los vapores que emanaban las cebollas al dorarse. Desplegaba un saber frente a mis conflictos que los hacía desaparecer. Saboreaba mis historias y las condimentaba con la salsa adecuada al capítulo en curso.
Sólo al llegar los postres, podía descubrir yo, la dimensión de sus romances. Si lo consumía un deseo intolerable, servía copas heladas.  Más cremosas, cuanto más intensa era la pasión. Si se trataba de un amor estival, había macedonia de estación. Si estaba en la etapa mágica de la seducción, mousse de fresas o chocolate blanco.
Un jueves por la tarde Gonzalo me llamó para cancelar la cena, estaba ingresado en la clínica, una mujer lo había embestido con el coche en una esquina mientras él iba en moto y en la caída se había fracturado la rodilla. Pasé a verlo al final del día y lo encontré cenando, burlón me dijo que había cambiado la carta, tomaba una insulsa compota de manzanas y mantenía la pierna en alto. Al día siguiente le operarían para reacomodar la rótula.
Pero al día siguiente, cuando llamé para saber como se encontraba, estaba muerto. Quedé aturdida. Desde muy lejos comenzaron a llegar frases y especulaciones, que si el anestesista trasnochado, que si tenía un problema coronario, que sí, que los médicos siempre acaban matándote, una generosa letanía de ques martillándome los oídos. Mi amigo se había ido en silencio, durante una simple intervención de rodilla, mientras su hijo leía una revista en la sala de espera.
Para no echarle de menos me acostumbré a hablar sola.
No he vuelto a comer lasaña.
                                                                                                
                                                                          

12 comentarios:

Jacobino dijo...

Un planteamiento interminable que se resuelve de forma intempestiva sin nudo.

Saludos.

Anónimo dijo...

Lo que son las cosas: a mí es el que más me gusta de los que he leído. Ea.
Aguiba

MrsPeel dijo...

Fantastico, casi pude saborear todos y cada uno de los ingredientes en quanto leia...y como se que estas cosas oasan...me toco muy de cerca, Maravilloso.

Anónimo dijo...

Pues a mí también me ha gustado. El autor me ha llevado allí donde quería, al mundo de los sabores.

Srta. Kaputnick dijo...

Me ha gustado mucho. La descripción me hizo saborear esas pastas tan ricas y también el poner en evidencia, que la vida son dos días, ...y que uno de ellos, está nublado.

María dijo...

Gramática y léxico impecables que nos transportan al mundo de los sentidos.

Desenlace un tanto abrupto, sin elementos a lo largo del relato que permita presagiarlo y que sirvan de hilo conductor.

En cualquier caso, es un relato que no deja indiferente.

Enhorabuena y suerte!

Jacobino dijo...

La corrección es lo mínimo que se debe pedir en un certamen literario para, a partir de ahí, comenzar a demostrar talento. En este caso, el texto no sólo no es impecable, sino que está repleto de errores de puntuación e incluso confunde preposiciones. Además, el léxico es pobre.

Anónimo dijo...

A ver si Jacobino se aclara con el léxico: no soporta el culto ni el coloquial. El cuento es bueno,

Jacobino dijo...

Sr. anónimo:
No es cuestión del qué, sino del cómo.
Y el texto es malo, sobre todo por aburrido.

Anónimo dijo...

A mi me ha transmitido muchas cosas, entre ellas la alquimia que se produce entre platos y emociones, me gusta esa mirada. No soy crítico, sólo un lector, pero acuerdo con María, está bien escrito y es un relato que no deja indiferente.

Calvin dijo...

Lo más interesante del relato creo que es la forma abrupta en la que termina, dejando al lector descabalgado. Sin embargo, se puede pulir un poco más la última parte, por que el párrafo de ¨que si..¨ es, creo yo, mejorable. Es una parte clave del relato y el sustento de lo de arriba se basa en que por esta última parte transitemos adecuadamente. Por lo demás, debo decir que de los que he leído hasta ahora ( y voy por orden) este es el que más me ha gustado.

UN saludo

Alain dijo...

Coincido con María en lo del final abrupto. Está bien que se sorprenda al final pero nos deben dar pistas aunque sean nimias. Ahora bien, la historia me ha entretenido y ese es el fin de la lectura. Me ha gustado.
Suerte