domingo, 26 de junio de 2011

20- Sanguinaccio

No me miréis así, tuve que tomar el resto del vino que sobró de anoche para tranquilizarme y hablarles con calma. La culpa es de vosotros, manga de idiotas. ¿Hasta dónde se puede tirar de la cuerda? Y más con un tipo que es medio místico, vosotros  lo sabían, se reían de él. Lo único que lograron, inútiles, es que yo me quede sin el mejor cocinero que tuve, el que me hace tanto un simple arroz Pilaf como una milanesa Cordon Bleu, que se sabe toda la lista de vinos y los maridajes, que sabe de cocina italiana, gallega, hasta las regionales, a la perfección sin mirar una receta. ¿Quién lo va a reemplazar ahora?  ¿Cuánto me va a costar la chanza? Déjenme terminar con lo que les quiero decir, tarados, ¿porqué creéis que viene la gente, por vosotros…?
- Perdón, señor, tengo que ir al baño.
- Ve y mírate la cara en el espejo, de paso, estás gris. Eso es lo que ganaron. Sabías, Estela, que él se moría por vos. Y siempre con las burlas, mil desplantes le hiciste. Ni una queja por parte de él. “Pongo la otra mejilla, don Miguel, y trato de amarlos, como Cristo los amaría.” Ni la religión respetáis, os burlábais porque iba a misa y porque se confesaba, yo los escuché. A ti, Flavio…
- ¿Puedo ir al baño de arriba, don Miguel?
- Ve y vuelve pronto que no terminé. Yo te escuchaba, Flavio, cuando le preguntaste haciéndote el serio, sobre el tema de la sangre de Cristo, y cuando te explicó,  saliste con una payasada de las tuyas, sirviéndoles vino, y los otros muriéndose de risa. ¡Banda de incrédulos! La culpa la tengo yo, por tomar jóvenes, por más profesionales que digan que son. Seguro que se van a acordar de él por un tiempo. Ahora se quejan de que tienen el estómago revuelto. Os lo tenéis merecido, y yo también, por no haberlos parado a tiempo cuando lo veía. A todos tendría que haberlos echado. Ahora no me vería en esto, casi me muero cuando me dijo que se iba a cocinar a La Raclette. Le pagan tres veces más. Y lo vale, desde que está él, la clientela nos aumentó muchísimo, ¿no se dieron cuenta, tarados? Pero lo entiendo, no se puede trabajar en un clima así. ¿Creéis que no me enteré cuando le tiraron el hamster en la salsa, y tuvo que tirar toda la olla y empezar de nuevo? Toda la noche había estado cocinando. Pero no me lo contó él, él se lo aguantaba, para tratar de hacerse amigo de ustedes, que se la  pasaban planificando la salida del sábado, y nunca lo invitaban.
Desde anoche que estoy animándome con el vino para tratar de tomar decisiones, salvar el restaurante, y vuestro trabajo, gilipollas. Como si no supieran la competencia que hay en restaurantes aquí tres en cada cuadra, y de los buenos.
Me habéis espantado al mejor cocinero que tuve.
- Con todo respeto señor, me parece que es mejor que no tome más.
- Cállate, Pedro, que tu has sido el peor, que no sé porqué te conservo, no sabes hacer ni un huevo frito sin que se te queme. Tendrían que haber aprendido algo de él, burros inútiles.
- Perdón, Miguel, me duele el estómago, ¿Puedo irme a mi casa?
- Todavía no, ve al baño si quieres. Flavio, sírveme más vino.  No os pasará nada, estúpidos. Bien que aceptaron ayer cuando les dijo que les haría una cena de despedida con las comidas de cada lugar de sus abuelos. Y nosotros contentos, nadie se burló,  ¿no?, banda de angurrientos, cuando pasó toda la tarde comprando y preparando, y nadie lo ayudó tampoco. A la noche, cuando brindó con el vino de Salamanca para ti, Estela, diciendo que lo llevarías en la sangre como a ese vino, y te dedicó la chanfaina, deliciosa. Todavía tuvo el buen humor para jugar a que adivináramos los ingredientes. Muy bien, decía, sí, cebolla, ají, sí, menudos, ¿de qué? Sí, de cordero, ¿qué más? Les falta algo…
Y destapó el vino de Galicia para ti, Pedro, cuando nos sirvió las filloas. Un dineral habrá gastado.  Yo había comido filloas en Madrid, pero no tan buenas como esas, no tan rosadas, no tan dulces, distintas a los panqueques, solamente espolvoreadas con canela y azúcar impalpable, nunca comimos algo tan delicado, y pedíamos otra. Había de sobra, es generoso para todo. Ninguno adivinó todos los ingredientes, acá tengo la receta que dejó.
Y trajo café, de Colombia para ti, Hernán, que siempre hablas del país de tus viejos. Acompañado por bombones de la región del Friuli para ti, Flavio. Sanguinaccio, dijo, y te acercó la bandeja para que fueras el primero. A todos nos dio impresión cuando te cayó un jugo gelatinoso y oscuro de las dos comisuras de la boca. Nos reímos cuando te limpiaste la boca y miraste la servilleta, como si hubiera sido un bombón de truco. “No se rían, en el Friuli los sanguinaccios se rellenan de sangre”, dijo él. La chanfaina se hace en Salamanca con sangre de cerdo durante los sanmartines. Y para las filloas, se baten los huevos con la harina, y se le agrega sangre y azúcar, para hacer esta especie de panqueques”.
Y me lo han espantado, eso han hecho, al mejor que tuve.
No, no os vayáis aún, que no terminé, desgraciados. Se merecen que se haya ido y que les haya dejado la cocina para limpiar, y también se merecen haber encontrado las jeringas, todavía con un poco de su sangre, en la basura. Raro que no las encontraron antes. Porque anoche yo lo acompañé al estacionamiento, ya le había ofrecido pagarle más para que se quedara, pero me dijo que no se aguantaba más las chanzas de ustedes, que lo lamenta por mí. Y me dijo algo que los va a golpear a ustedes también.
- Don Miguel, yo estaré igual en vosotros, tienen parte de mi vida en su sangre. Pero la tienen desde hace rato, porque todos somos uno en la vida, y hay una comunión entre nosotros. Por eso los perdono. Mi cocina es mi vida y es mi sangre. Y cada cena debe ser como una misa, por eso le pongo vida a casi todos los platos que cocino. Y los clientes me siguen, don Miguel, a donde vaya, porque cuando uno se acostumbra a la sangre…
Y se fue, el chiflado, hablando de eucaristías y carbonadas, confesiones y chanfainas.
No, no, no, no os vayáis aún, que falta lo más importante. Hasta que no encuentre un jefe de cocina con criterio y estilo, tendrán que hacerlo vosotros. A todos nos hace falta trabajar. Y de esto que no salga una palabra de acá, ¿eh?  Si yo veo que me baja la clientela esta semana, prepárense para arremangarse, porque la semana que viene, empezaremos a ponerle sangre al asunto.

3 comentarios:

Jacobino dijo...

A pesar de que contiene alguna falta de ortografía, es sin duda el mejor de los que he leído hasta el momento, con un estilo dinámico y contundente y una innegable maestría narrativa.

Suerte.

Anónimo dijo...

La verdad, muy bueno. Perfectamente llevado y cerrado. Me ha gustado mucho.

Calvin dijo...

Lo más interesante me parece la forma en la que está narrado, como un monólogo-bronca del jefe a sus empleados. Eso es muy original y le da mucha vida al relato. El texto está bien cerrado como dicen antes que yo. Aún así, creo que se hace un poco largo el discurso. Quizá también por la forma en la que está escrito, con el hombre cabreado en todala duración.

Un saludo