jueves, 7 de julio de 2011

42- El vigilante del zoo por Valentín

Cada turno de vigilancia equivalía a recorrer a pie unas dos veces el Maracaná. Así que a esos de las tres de la madrugada tomábamos un pequeño descanso. Habíamos habilitado una cocina en una desvencijada caseta de madera, que en otros tiempos había servido de punto de información. Todos aportamos algún utensilio de cocina y el lugar se transformó en un auténtico restaurante. Al principio, confeccionamos una lista con los turnos de cocina. Aunque tras degustar los platos de Andreu, convenimos que fuera él el cocinero. Andreu se fascinó con la idea. Cada noche nos sorprendía gratamente con un nuevo manjar. Nuestro paladar se hizo cada vez más exigente, así que el buen Andreu dedicaba gran parte de su tiempo libre a documentarse. Incluso asistió a numerosos cursos de cocina impartidos por prestigiosos chefs. Esta obsesión le llevó a cambiar el destino de sus periodos vacacionales. De visitar la costa, pasó a visitar Lyon, Parma, Tokio y Sichuan. En la mesa, los tristes vinos de oferta dejaron lugar a los borgoñas, oportos y riojas. Más que nunca deseábamos acudir al trabajo.
Pocas semanas antes de que se destapara todo el asunto, Andreu logró el cénit en sus creaciones culinarias. Aún sueño con algunos de sus platos. Con aquellas tiras de carne bañadas en aromática salsa de ajo sobre una cama de arroz. O con los tacos de carne aderezados en una lluvia de sal y pimienta negra, salseados con aceite de soja y limón.
La última cena fue un poco movida. Poco antes del postre, irrumpieron en la cocina dos agentes uniformados, esposaron a Andreu y lo llevaron a un coche patrulla. Bajo el efecto de las giratorias luces azules y los flashes de los periodistas, el desencajado rostro de Andreu parecía demacrado. Las horas siguientes consistieron en una pasarela de agentes.
El director del zoo nos informó lo sucedido. Por lo visto, habían denunciado la desaparición de varios ejemplares de animales. La investigación policial incluyó a los empleados del zoo y, por supuesto, nuestras cuentas bancarias en busca de alguna inusual suma de dinero. Al no hallar indicios del paradero de los animales, concluyeron que el causante debía ser uno de los vigilantes, pues conocemos a la perfección los posibles fallos en el sistema de seguridad. Sin informarnos, instalaron cámaras ocultas por todo el parque. Finalmente, las grabaciones señalaron a Andreu como culpable.
Pero lo más desagradable lo descubrimos en la prensa. La noticia fue primera plana de muchos periódicos, donde al resto de vigilantes se nos tachaba de cómplices. No fue necesario leer los artículos. Una fotografía con los restos de un cocodrilo en el interior del congelador fue suficiente para comprenderlo todo.

3 comentarios:

Jacobino dijo...

No está mal la historia, aunque deberías revisar la puntuación.

Suerte.

Calvin dijo...

LA historia, como dice Jacobino es buena, con el remate de Andreu, que se cocinaba los animales del Zoo para sus amigos. Creo, sin embargo, que el lenguaje del narrador a veces es demasiado coloquial, quizá un poco simple. Si se puliera, el relato ganaría en fuerza.

UN saludo

Anónimo dijo...

Se hace raro que un vigilante se costee viajes a Japón y otros sitios para aprender trucos de cocina. Y yo cambiaría el título, porque desde el principio he sospechado el final. Pero la idea es buena y con algunos retoques sería un relato bastante bueno. Suerte.