miércoles, 20 de julio de 2011

80- La razón de mi existencia, por Penélope Cobos


Estoy tan nerviosa que podría gritar. Llevo meses lejos de los fogones, y por fin, ha llegado el primer día de una temporada llena de trabajo.
            Todos los años tengo la preocupación de que pueda ser el último. No me engaño, sé que tarde o temprano me sustituirán. Pero en esta ocasión, como cada verano, desde hace más de diez años, van a contar conmigo. Estoy feliz; en mi trabajo se fusionan vocación y devoción. Para esto he sido creada y es lo que mejor sé hacer.
            Muchas personas no son conscientes de lo importante que soy; la mayoría piensan que el éxito de una paella está en el cocinero, o en los ingredientes. Los más críticos hablan del agua empleada en la preparación, del tiempo que ha de reposar antes de consumirse... Pero pocos, muy pocos, tienen en cuenta el recipiente en el que todos esos factores se concentran. En realidad, disfruto tanto con mi trabajo, que me es indiferente esa falta de consideración. Mi reconocimiento es, únicamente, el exquisito plato que soy capaz de cocinar.
            Soy una paellera; una muy buena, por cierto. No es falta de modestia; y es que yo mimo cada una de mis creaciones como un artista a sus obras. ¿Alguien duda que cocinar sea el octavo arte? Yo, desde luego, no.

Oigo los ruidos que presagian mi puesta en escena. Dentro de unos momentos estaré sobre el fuego; una vez más, y como siempre, siento una mezcla de emoción e impaciencia, ante lo que va a suceder. El calor, el olor, la mezcla de sabores…, no hay nada que pueda compararse.
            El fuego comienza a calentar mi cuerpo, y es entonces cuando el frío aceite es deslizado sobre mi base. Lo acojo, le transmito el calor que ya poseo; y en ese instante, en el que llego al punto de no retorno, aparecen los primeros ingredientes. Esta vez, pollo y conejo.
Me encargo de sofreír la carne; primero un lado, despacio; luego el otro, muy lentamente…, hasta que queda perfectamente dorada. El cocinero me mira, me deja hacer y cuando llega el momento adecuado, me regala las verduras; esa judía verde que no puede faltar.
Tiempo, calor y mimo, sólo interrumpidos por el ajo, el pimentón y el tomate.
            Bendita agua que me refresca ―por poco tiempo―, y que tengo que llevar a cocer. Toda yo estoy hirviendo, y es en este preciso momento, cuando comienza la mezcla de sabores, que se demuestra en los aromas desprendidos por mi buen hacer.
            Silencio, llega el momento crucial: unas hebras de azafrán, un puñado de sal y, mi compañero inseparable, el arroz. Lo abrazo, lo arropo y lo cocino. Ya nada puede pararme, estoy creando.
Me siento viva mientras cocino; ya no soy hierro fundido, soy arte y parte de mi creación.
Unos minutos más, un poco más… El fuego acaba de extinguirse y me hago consciente de los sabores que albergo, son tantos como ingredientes y tan únicos como la fusión de todos ellos. Exquisito, así es mi plato.
Ansío el momento de compartir esta obra; mi orgullo de artista sólo se verá satisfecho cuando oiga los elogios de mi cocina. Por fin, podré descansar… hasta la próxima paella.
La paella es la razón de mi existencia, sin ella no soy nada y sin mí, ella no existe.

3 comentarios:

Jacobino dijo...

El punto de vista es original, pero al argumento le falta enjundia. Debería revisar la puntuación.

Suerte.

Anónimo dijo...

Buen punto de vista pero previsible, puntuación deficiente.

Calvin dijo...

Coincido con los anteriores, el punto de partida es original, pero debería pasar algo más, no sólo que se cocine la paella y ya.

Un saludo