miércoles, 6 de julio de 2011

38- El plato principal

Pelar, cortar, trinchar, batir, amasar, mantener los fogones encendidos y a plena potencia, preparar los platos y mantenerlos calientes. Ultimaba los detalles que harían de aquella presentación gastronómica la mejor de su carrera. Empuñando su cuchillo el chef Roque De Bon Matin cortaba las cebollas, los champiñones y demás guarnición en finos pedazos a una velocidad pasmosa.  Le observaban atónitos sus pinches que buscaban entre sus movimientos o gestos algún truco que les facilitara la labor.
-¡Pero que hacéis gandules! Dejad de mirarme y daros prisa en prepararlo todo como ya os he indicado. 
En el exterior desfilaban los invitados a la cena en honor del embajador de Australia recientemente nombrado. No cesaba el trajín, no había lugar para la calma ni dentro ni fuera.
Llevaban tres días preparando aquel banquete. De nada le valdrían los años de fiel y cumplido servicio, ni tan siquiera los galardones si fallaba. Roque estaba nervioso. Había comenzado como pinche. Tuvo la suerte de sustituir a su jefe un día en que éste se enfermó, y las cosas salieron bien. Roque De Bon Matin era consciente de que sus esfuerzos no eran debidamente recompensados. Él tenía un nombre, un prestigio, y a pesar de trabajar en una casa como cocinero jefe, por más importante que esta fuera, se sentía infravalorado.  Los veía a todos insolventes e incapaces para valorar debidamente su arte. 
Roque De Bon Matin, en claro soliloquio, enumeraba sin descanso el orden de los platos y la lista de ingredientes y tareas mientras que con la vista acompañaba sus palabras. Nunca antes recayó sobre él tanta responsabilidad, siempre había confiado en su talento y, sobre todo, en su intuición.  Así que él mismo dedicó las últimas horas a la elaboración del plato principal, la mayor rareza que jamás había cocinado: carne de canguro. 
Atendiendo al recuerdo vivo de su abuela, que siempre le repetía: “no hay carnes mal preparadas sino mal acompañadas”, puso su empeño en la salsa que la custodiaría y que, poco a poco, iba condensando la mejor de las sustancias para hacer de aquel manjar el más destacado de la noche. 
Horas más tarde, los platos rebañados -pese al feo que representaba en el refinado protocolo- evidenciaban el triunfo que una vez más había conseguido.  

2 comentarios:

Jacobino dijo...

Una mera anécdota, además "adornada" con errores ortográficos y gramaticales.

Suerte.

Calvin dijo...

Creo que la historia de la carne de canguro es suficientemente potente como para enganchar. Deberías, a mi entender alargar más el final, profundizar en el momento en que llega la carne a la mesa, la reacción inicial de los comensales al conocer lo que es el plato... Creo que le daría más fuerza al texto

UN saludo