martes, 5 de julio de 2011

36- El cocinero y los pecados capitales por Atribulado

 “El comer y el beber han formado parte de la cultura de las más antiguas civilizaciones. Tribus y pueblos distinguían y agradecían a sus dioses la fuerza y los dones de los alimentos. Con el paso del tiempo todo ha cambiado. Por estos días sólo se rememoran y vigorizan las viejas costumbres en aquellos sitios en los que no impera la racionalización de la vida, ni el cálculo de las calorías, ni los fríos y distantes ambientes. Lugares mágicos en donde existe cariño y el cocinar sigue siendo un arte”. Este texto es la portada de la carta en mi restaurante. Cualquier estudio de marketing hubiera demostrado que no sería un negocio rentable, ni siquiera el hostal adosado aportaría mayores ingresos, pero me gustó y lo adquirí, deseaba atesorarlo aun sabiendo que sería difícil sacar frutos de él, ¿avaricia? Esta historia comenzó un viernes de verano. Él entró vistiendo un blazer azul, camisa blanca, jeans, mocasines negros y una brillante pelada natural.
─ ¡Buen día! ¿Tienes una habitación doble por el fin de semana?
─ Sí, tengo, puedes dejar tu auto en el garaje y luego pasas a registrarte.
Volvió minutos después acompañado por una mujer de andar felino. Ella llevaba una cabellera morena, rizada, recogida sobre uno de sus hombros. Blusa estampada con cuello bote dejando al descubierto su otro hombro. Grandes ojos negros cautivantes y una boca carnosa que parecía querer besar todo lo que se le acercara.
─ Ya completé el registro, fíjate si falta algún dato – eché un vistazo, el que acababa de dar fin a mí contemplación se llamaba: José Miguel y ella a María de la O.
─ ¿Les subo el equipaje a la habitación? ─ pregunté.
─ Sólo llevamos este bolso, no te molestes.
─ Como quieras. La habitación es la ocho, está subiendo la escalera, al fondo del pasillo sobre la izquierda.
Subieron. Discretamente terminé de ver a María de la O. Mediana estatura y, si bien su cuerpo no era exuberante, sabía cómo caminar para lucirlo. Diría que tenía lo justo, bien ubicado y unas caderas por las que un hombre se perdería. Por un instante sentí envidia de aquel hombre. No supe de ellos hasta la hora de la cena cuando entraron al restaurante. María de la O acaparó la atención de todos los que allí estábamos. Llevaba el cabello suelto, un vestido holgado color salmón y unas sandalias bajas de cuero. Se sentaron a la mesa junto al ventanal y frente al hogar de piedra. Les di la bienvenida y le entregué una carta a cada uno.
─ Disculpa, no quisiera comer nada pesado ¿qué me aconsejas? ─ dijo ella con un inconfundible tono andaluz.
─ Podría ser unos vol-au-vent de espinaca y de segundo una rodaja de salmón en papillote.
─. Sí, me parece una excelente elección, lo tomo.
─ Pues, a mí me traes un revuelto de espárragos trigueros con jamón y de segundo un medio solomillo con salsa Cabrales ─ el gusto de José Miguel no era nada especial.
Terminaron de cenar. Dejé pasar unos minutos y volví a la mesa.
─ ¿Desean tomar postres? ─ pregunté mientras recogía sus platos y cubiertos.
─ No, gracias, ya nos vamos a descansar ─ dijo José Miguel con  un tono cortante.
─ ¿Ha estado todo bien? ─ creí que algo no le había agradado.
─ ¡Sí, sí! ─ contestó José Miguel mirando a María como buscando su aprobación.
─ ¿Puedo invitarlos con un café, un té?
─ No, te agradecemos ─ se levantaron retirándose a la habitación.
Terminadas las tareas fui a dormir. En medio de la noche un fuerte ruido me despertó. Unos segundos después escuché gemidos, exhalaciones y suspiros. Por momentos parecía que la función acababa pero al rato todo volvía a comenzar y así una y otra vez. Hasta que el silencio de la noche se impuso y todo volvió a la normalidad. No recordaba haber sido testigo de semejante lujuria, aquello pareció una bacanal de deleites carnales. A las seis ya estaba en mi cocina para preparar los desayunos. Recibí todo tipo de comentarios picarescos por parte de mis clientes e incluso hubo quienes se quejaron. Sentí ira ¡recibir quejas de mis clientes por algo que yo no había provocado! María de la O y José Miguel se levantaron sobre el medio día y salieron. Pasé el resto del día pensando la noche que me esperaba si ellos volvían a montar el numerito. No tenía forma de evitarlo, ¿o si? Volvieron al hostal por la tarde. Sobre las diez bajaron para cenar. Me acerqué a la mesa como lo hiciera la noche anterior,  Antes de darles la carta él me dijo:
─ ¡Por favor!, dinos tú qué podemos cenar; tanto a Mariola como a mí nos tienes cautivados ─ la soberbia me invadió.
─ Espero no defraudarlos, iré a ver qué puedo ofrecerles.
Fui a mi cocina y después de unos minutos regresé.
─ Puedo ofrecerles un plato de portobello rellenos, flameados con coñac y una guarnición de rúcula con aceitunas negras, de segundo unas trillas en costra cítrica con rodajas de patatas cocidas al vapor y grilladas con aceite de oliva.
─ Pues, sí, sí, nos parece perfecto ─ dijo él mientras María de la O asentía.
─ Para beber les puedo ofrecer un Cabernet Sauvignon rosado de Navarra.
─ Claro, sí, perfecto ─ ambos estuvieron de acuerdo.
Llevé el vino, lo descorché mientras ellos seguían cada movimiento. Le serví a José Miguel para que lo degustara. Terminé de servirles y dejé la botella dentro de un balde con hielo para que mantuviera la temperatura adecuada. Bebieron y comieron como sibaritas pero aún les faltaba algo más.
─ Bueno, ¿qué les ha parecido?
─ Queremos decirte que no recordamos haber comido jamás así ─ dijo él.
─ ¡Gracias!, son ustedes muy amables. Para el postre les he preparado…
─ ¡No, no!, ¿pero nos quieres matar? Sería imposible agregar bocado.
─ Pero José Miguel, no seas descortés ─ ella se notaba tentada por lo dulce.
─ Tengo unos pinchos de dátiles, plátanos e higos, bañados con chocolate caliente.
─ ¡No me perdería eso por nada del mundo! ─ María de la O no pudo resistirse.
La gula…ese deseo desordenado por el placer de comer y beber ¡el pecado qué más disfruta un cocinero! Terminaron el postre pero aún les faltaba el toque de gracia. Dejé pasar unos minutos y volví con una bandeja con una botella de Coñac, una de orujo de hierbas y una de lemoncello que por fuera estaba totalmente escarchada.
─ ¿Me permiten convidarlos?
─ Creo que una copita nos ayudará en la digestión ─ él tomó un coñac y ella una copa de lemoncello.
Terminada la cena la pareja saludó, agradecieron una vez más y se retiraron a la  habitación. Rendido por tanto trabajo sólo esperaba poder descansar.  Esperaba que, gracias a mis habilidades gastronómicas, todos pudiéramos dormir sin sobresaltos. José Miguel y María de la O quedaron tan pipones que montaron su acto. Me sentí como el perro del hortelano pero había sido por el bien común. Sonó el despertador a la seis. Me sentí flojo, sin ganas de levantarme para comenzar las tareas. Habría dado cualquier cosa por un rato más en la cama pero no podía dejarme tentar por la pereza.

2 comentarios:

Jacobino dijo...

Escrito con corrección pero, a pesar de la lujuria, me deja frío.

Suerte.

Calvin dijo...

Creo que la idea es original, con el juego ente la pareja y el chef. Aún así el final es desconcertante. LA persona les ativorra a comer, pero luego les da un digestivo. Al final dice que quedaron pipones, pero aún así montan su acto, o sea que no ha servido el esfuerzo para nada. No lo sé, pero no me ha quedado claro.