domingo, 12 de junio de 2011

12- El abuelo Félix por Pedrolo

      Mi abuelo Félix era un hombre que nació con el siglo XX. Pasó varias guerras en las que fue perdiendo hermanos. Sus batallitas no nos interesaban a los nietos, tampoco las contaba. Era un adelantado que terminó fundando una granja de pollos tomateros que en Navidad hacía su agosto y de ello vivimos las generaciones de ese siglo
     Pero era lo que se decía un “culo inquieto” y para una granja que funcionó, la familia tuvo que comerse alguna más.
     En los primeros años sesenta tuvimos una producción excepcional en la incubadora de casa. Era una caja metálica con palabras en inglés, una potente bombilla en su interior y una ventana de cristal con pegadas de mocos y salivazos involuntarios de todos los nietos y vecinos que esperábamos ansiosos el feliz nacimiento colectivo. En total, debíamos ser una docena de niños para una ventana de medio metro por veinte centímetros.
     Esos días, en lugar de pollitos, nacieron 200 patitos y no fue una equivocación. El abuelo Félix pensó que si en Francia se apreciaba la carne de pato, el país vecino no iba a ser para menos. Y se compró un “pato guía”; era un animalito que como líder de su especie guiaba a los 200 congéneres todos los días, mañana y tarde, hasta un río que pasaba por la finca. Cuando mi abuelo silbaba, el pato Domingo (así le bautizamos los nietos) salía del agua seguido por los dos cientos de nuevos inquilinos de la granja y se dirigía a su cobertizo donde les esperaba un sabroso pienso con grano recién molido.
     Pasó el otoño entre silbido y silbido. A menudo, en la mesa,  estrenábamos plato de creación pues intentábamos vender la nueva mercancía pelada, empaquetada  y con recetas. Así se nos fue educando nuestro paladar. Pero si la demanda de pollos tomateros aumentaba a medida que se acercaba la Navidad, la de pato a la naranja, la de “canard à la tyrolienne” o pato al “Chambertin” sólo se veía en nuestra mesa. Mesa por la que poco a poco fueron pasando los doscientos. Por fortuna somos muchos en la familia y entonces más.
     Cuando terminamos con los patos, aparecieron los cuises. Sólo cincuenta. Esta vez fue prudente. Pero nadie estaba dispuesto a pagar por comerse una rata grande por mucho que en los Andes –y en mi casa- sea un bocado delicioso. No hacía falta ningún animal especialmente entrenado y se criaban como los conejos; de hecho, eran también roedores.
     Mi abuelo Félix nació cincuenta años antes de que en este país comenzáramos a tener granjas de avestruces, búfalos o canguros para comerciar con su carne. Aún éramos muy conservadores en nuestros gustos gastronómicos. Hoy hubiera sido feliz, más de lo que fue.
     Domingo tuvo el mérito de entrar a formar parte de nuestra familia. Como los perros de la casa, era una mascota muy querida que exigía su comida todos los días ruidosamente mirando a la puerta del caserío como si fuera la culpable de no dejar que saliera alguien que calmara su hambre. Era como un reloj para la familia y el vecindario.  A los niños, nos marcaba la hora de salir a la escuela y la de entrar a cenar.  Murió años después  como un viejo eremita sin comprender porqué los muchos cientos de pollos que veía a su alrededor nunca se bañaban. Por eso se identificaba más con los perros y con los niños, aunque necesitaba marcar distancias con las clases inferiores.

5 comentarios:

Jacobino dijo...

Un relato simpático y evocador, que se lee con una sonrisa en los labios.

Enhorabuena.

El Universo encantado de Igor dijo...

Otro anecdotario colorido y no mas,
pero porque piensan que escribir vulgaridades en los textos es simpatico

mmmh

Jacobino dijo...

Disiento de tu apreciación.

A pesar de que el texto contiene alguna errata, es el mejor, estilísticamente, de los publicados hasta el momento, y en él está presente un conflicto, la lucha del abuelo contra un mundo que no entiende sus afanes visionarios, si bien es cierto que, para ser perfecto, le faltaría el carácter autocontenido del relato.

No obstante, si, para criticar una obra literaria, dejas un comentario repleto de errores ortográficos y gramaticales, es evidente que, sin entrar al contenido, la crítica pierde todo su peso.

Saludos.

Calvin dijo...

El abuelo visionario de las granjas curiosas es divertido y original como punto de partida. SI bien es cierto, me parece que el relato no llega a tener la profundidad necesaria. Para mi gusto falta saber algo más del abuelo y por qué no fue todo lo feliz que podía haber sido. A priori, aunque los negocios exóticos no fueran bien, parece que la familia estaba contenta. Y además sí que triunfó con el tema de los pollos. Si le hubiera ido mal en todos sus negocios entendería la nostalgia pero tal y como está no lo veo claro

UN saludo

Alain dijo...

Me gusta mucho el estilo. Falta desarrollar un poco la historia.Por cierto, quiero una mascota como Domingo.
Suerte