jueves, 7 de julio de 2011

40- Ají de gallina

Primeros meses del 87’, ya me había ido bien en Quito y en Bogotá. Y uno de mis compradores me había recomendado Cartagena, pero que antes tenía que pasar por Barranquilla, este señor también me dijo que tenga cuidado, que me encomiende a mi santo preferido. Mande la mercadería en el primer bus que encontré, y compre boleto para la mañana siguiente,  ya que quería disfrutar de la noche de esa ciudad. La noche no fue tan buena, llegue al bus, me recosté, me puse a pensar en mi mujer y en la fe que ella me tenia, y con esa agradable sensación de no sentirme solo me quede profundamente dormido. Desperté, ya tenía compañero de asiento, profesor de matemáticas de bigote a lo Quijote, flaquito, que con esposa y niña quería conocer el atlántico. El bus ya había hecho la parada para almorzar, pero no hubo problema, ya que al “profe” le sobro merienda. El día se fue sin darme cuenta y apenas se apago el televisor, paso muy poco hasta que el bus quedo en silencio y oscuridad absoluta.  Otra vez pensé en mi mujer  y en lo desconsiderado que había sido al no llamarla hoy. Mientras pensaba en como recomponer mi falta, el bus se detuvo.  Subió un muchacho con una metralleta colgada.- Señores, muy buenas noches depositen todo el dinero en este saco y todas las joyas en este.- Mientras dijo esto, el bus volvió a la marcha. Habrían pasado 20 minutos, el bus freno, y el joven obligo a todos a bajar. Ya con los pies en la carretera, ordeno a todos mirar al sur y a bajarnos los pantalones, y la ropa interior.  Todo esto paso en silencio, como si hasta los bebitos entendiesen lo que estaba pasando. Todos al parecer entendían con claridad, todos menos yo. Cuando estábamos en el bus  trate de buscar la mirada del profesor ,pero este solo miraba la tela azul del asiento de adelante, y de soslayo a su mujer y a su niña. Ya con los pantalones en el suelo y mirando al piso, paso algo, no estoy seguro que,  y como por reflejo uno de ellos hablo.
-Muchas gracias con todos. ¡Tú!, ¡niña!, la de camiseta rosa, ven con nosotros.
-Yo voy por ella.- Dije levantando la cabeza, buscando a la voz y obviamente sin pensarlo.
- ¿Vas a colaborar?
-En todo.-Dije otra vez sin pensar y mirándole a los ojos.
Me miro fijamente, me hizo el gesto con la mano, y lo seguí. Fuimos a paso rápido por 40 minutos a través de la espesa vegetación, y el resto del trayecto a un paso bastante más cómodo. Durante este tiempo no sentí cansancio, solo hambre, mucha hambre. Mientras pensaba en toda la comida que comería saliendo de “esta”, se hizo de día. Apenas vi el campamento, trate de no mirar mucho y solo miraba lo necesario para no tropezar.  Ya dentro de él sentí como todos entraron en algo así como una cabañita, que era lo más resaltante cuando di el vistazo a lo lejos. Quede afuera y tuve que esperar un largo rato hasta que me llamaron.
-Peruano ¿cierto?- Dijo el que me trajo, esta vez más relajado y sonriente.
-Sí señor.
-Siéntese por favor.
-Gracias señor.
-Hace unos no muy pocos  años. Estuve en Perú y conocí a un gordito barbón, así como usted. Y una de esas tantas tardes que pasamos juntos me preparo un platillo, que me dejo un sabor que hasta ahora recuerdo. ¿Sabes cocinar?
-Sí señor.
- Quiero un Lomo Saltado para el almuerzo. –Asentí con la cabeza.- Si esta rico te ganas tu libertad, sino… ya veremos.
Me mando con una señora a la cocina, en ella había tres muchachas y otra señora que era la que mandaba. Esperanza, me dijo que se llamaba y me sirvió huevos pericos, chocolate y pan. Que devore en seguida. Ya con la mesita vacía, me puse a pensar en cómo carajos iba hacer un Lomo Saltado. Yo era un hijito de mamá, que si había entrado a la cocina era para picar algo antes del almuerzo. En mi época de universitario lo único que preparaba era tallarines, eso sí, las salsas me salían buenísimas, es más, invente una salsa, pero esa es otra historia. La señora esperanza se me acerco y me pregunto qué era lo que necesitaba.
–Lomo, papa blanca, cebollas, tomates, ajos y sillao- Dije sin titubear.
- Tengo lo que me dice, pero ¿Sillao? ¿Qué es eso?- Me miro con cara de que fuese la primera vez que escuchaba esa palabra.
- Sillao. Es un líquido, negrito, que se usa en los chifas.
-¿Chifa?- En ese momento pensé que estaba hablando en chino.
- Chifa es algo así como restaurante de comida china, pero no es lo mismo.
- Ah, ¡ya se! Estas de suerte. - Y se acerco con el milagroso condimento con el titulo de salsa de soya.
La mande a hacer arroz y papas fritas, y empecé a imaginar el proceso que daba resultado a este plato que tantas veces había disfrutado.  Lo primero que se me vino a la mente, fue la imagen de aquel sabroso platillo, que más de una vez me sirvió doña Julia, en su puesto del mercado. Recuerdo claramente que las papas fritas eran gruesas,  -“Seño Esperanza”. Las papas córtelas gruesitas, por favor.- De tal forma que se dejaban bañar por el juguito, pero no del todo. Las cebollas, eran como balsitas en las cuales el perejil flotaba sobre el juguito que ahí se empozaba. –“Seño”, también necesito perejil, y corte las cebollas así como… No, mejor yo las corto.-También estaba el tomate en tiras, medio curvo, acompañando a la carne también en deliciosas tiras. ¿Y ahora? ¿Cómo recrear aquel sabor, saladito, medio agrio, medio acido?-A las doce almuerza el jefe.-Me advertía Doña Esperanza. El tiempo se acababa, ya todo estaba listo excepto lo más importante, el lomo. Me puse con la carne cortada frente a los condimentos. Lo bañe en ajos con pimienta. Y claro, el sillao. La deje ahí unos instantes y sentí como absorbía todo ese sabor. Sal por supuesto. Puse la hornilla a toda potencia, espere  hasta oír que el aceite chillaba, y vacíe hasta el último poco de esa mezcla.  Movía el sartén como loco, tratando de imitar torpemente a un experimentado cocinero, y rogando que no se cayera nada, eche cebollas y tomate, por instinto también vinagre y un poquito más de sillao. Justo las 12. Adorne el plato bonito. Y abre estado tan asustado, que ni siquiera probé un poquito ¡Ají amarillo!, ¡carajo!, ¡como me pude olvidar ese aroma!  -A ver, Perú.- Ya Juancho me esperaba en su mesa. Y empezó a comer, poquito a poquito, sin mencionar nada. Yo miraba, pensaba en Lima, en mi mama, en Fanny, en la niña, en por qué diablos no probé si estaba bien de sal.  Sin darme cuenta el plato estaba vacío.
-Bueno Perú. Te has ganado tu libertad y un millón de pesos. ¿Está bien?
-Sí, señor.
- Pero si quieres un millón más, para mañana quiero Ají de Gallina.           
 En ese momento la cara se me desarmo. Lo único que quería era estar en Lima,  bajo mi cubre cama rojo, acurrucado con mi mujer.

4 comentarios:

Jacobino dijo...

Otra anécdota más, también repleta de faltas.

Suerte.

Anónimo dijo...

Faltas de ortografía, falta de concordancia entre dos verbos de una misma frase y una historia demasiado anecdótica. Bañé, eché y muchos verbos más carecen de tildes. Deberías pulir los relatos antes de participar.

Calvin dijo...

YO creo que la historia da para un relato muy interesante, pero el tema de las faltas de ortografía es demasiado. No es una, ni dos, puede que haya hasta cincuenta en este relato.

Un saludo

Anónimo dijo...

¿Y qué tiene que ver el Ají de Gallina con la narración? No entiendo, además de las faltas, claro.