miércoles, 29 de junio de 2011

25- Adicción por Katxina


            El amor es un alimento perecedero. Algunas veces es un chuletón sabroso, jugoso, de sabor único que perdido entre las pupilas gustativas se agota en su fin; otras veces, se parece a los tomates que acompañan una ensalada que aún compartido su sabor nunca defrauda, pero el único amor duradero es aquel que perdura y perdura a lo largo del tiempo como el buen chocolate. Has podido dejar de degustarlo, se ha derretido rápido en tu paladar pero su sensualidad perdura en tu memoria. Siempre sabes como sabe aún sin comerlo.
            El fallo del chocolate es que sus variedades pueden confundir a cualquiera, ¿por dónde empezar? Me confieso adicta al chocolate, me gustan todos: negros, blancos, con avellanas, sin ellas, rellenos, finos y en todas sus formas: tartas, bombones, pasteles etc, en lo que nunca me fijo es en su envoltura. No se qué hacer para curar mi adicción, no se. Ayer fui a la chocolatería sita en los soportales de mi vivienda, para mí un auténtico antro de perdición, un antro dedicado al desvarío de mi paladar. Su olor recorre toda la calle espolvoreando magia de adrenalina en su máxima esencia con toques de perdición. En la vitrina de la derecha, resaltaba una tableta. Antesdeayer no estaba, estoy segura. Era alto, esbelto, con figura de domador de leones, firme, seguro de sí mismo, denotaba fresa en su interior con partículas de chocolate más oscuro y un ligero toque de canela que daba más sensualidad, si cabe, a su esplendor. Me acerqué, inocente, como un cervatillo se acerca presa a ser mordido por las fauces de un león. Le miré de tú a tú sin desviar la mirada ni por un segundo, pensando que tenía que ser mío, la boca se me hacía agua, comenzaron a temblarme las piernas, me entró un sudor frío que recorrió mi cuerpo hasta bajar su temperatura a bajo cero y cuando mi mano firme se disponía a ser levantada para atrapar su leonino aspecto, me desperté en la cama, desnuda y con el collar de perlas en su sitio.
            No entendía nada, busqué mi ropa interior, mis bragas color carmín se habían fundido entre los flecos de ante de la alfombra roja recién importada de la India, mi sujetador colgaba de la lámpara del techo como si alguien magistralmente se hubiera atrevido a decorar la estancia, está claro que aquello no podía ser fortuito. Mi ropa  a jirones no servía ya ni para utilizar de trapo en un mercadillo y las medias tenían tantos agujeros que parecían arrancadas a mordiscos, sólo quedaba el collar de perlas, que por naturaleza, estaba en su sitio.
            -Oí la ducha.
            -¡Dios mío!, un desconocido en mi ducha, ¿qué hago?, ¿llamo a la policía?, ¿salgo corriendo?
            - La puerta del baño se abre, no hay escapatoria.
            -Cariño, he pensado que hoy antes de volver a casa te volveré a comprar el chocolate “mi blanquito-frambuesa-salvaje”.

3 comentarios:

Jacobino dijo...

Un poco embarullado. Me da la impresión de encontrase a medio hacer.

Suerte.

Calvin dijo...

La idea del cambio de historia no está mal, pero nada previo en el relato hace presagiar que pueda pasar algo así. El tono de la narración es descriptivo para pasar a la escena en la casa de ella. Desconcertante su amnesia total.

Un saludo

Anónimo dijo...

Calvin:

Gracias por tu comentario. La intención del relato es dejar puertas abiertas al lector para que con un ingrediente de imaginación constituya la masa del relato, esto es, comienza con una descripción que intenta acotar la adicción al chocolate de la protagonista para pasar "a la acción", a aquello que muchos asimilan al éxtasis sentido al comer chocolate. Tal es el grado, que se produce la amnesia al disfrutar de dos de los placeres de esta vida.

Gracias de nuevo.

Un saludo.