domingo, 3 de julio de 2011

30- Crema de Cebolla Gratinada por Michelín

Marta leyó la receta: una cucharada de harina, cuatro cebollas grandes, mantequilla, aceite, sal y pimienta. Cocer durante 20 minutos. Añadir nata, dos yemas de huevo, un  chorrito de vino y queso rallado. Gratinar al horno. Parecía muy sencilla y a su marido le encantaba todo lo que llevase cebolla. Así que prepararía un cena romántica y se lo diría. Le diría que había llegado el momento, que ya era hora y que no podía esperar más.
Sin duda, Luis se alegrará. Ya lo han hablado más de una vez, aunque siempre en futuro, condicional o subjuntivo. Nunca en presente, porque el presente nunca ha sido el momento oportuno. Hasta ahora. Pero ahora los dos están más cerca de los cuarenta que de los treinta y en cualquier momento se les puede pasar el arroz y el arroz, cuando se pasa, hay que tirarlo. Por eso, tiene que ser hoy. Le sorprenderá con una deliciosa Crema de Cebolla Gratinada y se lo propondrá, y luego harán el amor.
Volvió a leer la receta para asegurarse de que disponía de todo lo necesario. Eligió cuatro hermosas cebollas, cogió el aceite, la harina, la sal y la pimienta de uno de los armarios, sacó la mantequilla y los huevos del frigorífico, y fue dejando los ingredientes sobre la encimera. Por último, abrió el aparador donde Luis guardaba sus botellas de vino y escogió una. La descorchó y se sirvió un poco. El sabor le raspó el paladar. Demasiado caliente. Luis siempre decía que el vino hay que tomarlo del tiempo, pero ella prefería bebérselo fresquito, así que reservó un vaso para añadir a la crema y puso la botella a enfriar. Bastaría con sacarla un ratito antes. Luis no se daría cuenta de que la había metido en el frigorífico.
Le apetecía decírselo ya. Seguro que se ponía a dar saltos de alegría. Pensó en llamarle y contárselo. Quería escuchar su voz, pero a Luis no le gustaba que le molestase mientras estaba en la oficina. Además, últimamente estaba hasta arriba de trabajo y, cuando le llamaba, enseguida tenía que colgar. Mejor esperar y darle una sorpresa.
Comenzó a preparar la crema. Cada vez que pelaba cebollas, le venía a la mente su madre. Un día, cuando tenía 10 años, al volver del colegio, se encontró a su madre llorando. Desde el pasillo ya se la oía hipar y, cuando abrió la puerta de la cocina, unos grandes lagrimones le resbalaban por las mejillas. “¿Qué te pasa, mamá?”, le preguntó. “Nada, Martita, hija, son las cebollas, que te sacan toda la pena que llevas dentro”.
Recordó un truco que había visto en un programa de televisión. Llenó un vaso de agua caliente, le añadió un par de cucharadas de sal y lo colocó al lado de la tabla de madera donde iba a partir las cebollas. ¿Funcionaría? Se preguntó si existía una explicación racional o científica, pero no todas las cosas se rigen por la razón.
Partió las cebollas por la mitad y cortó cada mitad en trozos. Notó un ligero picor en los ojos, pero se le pasó. El truco funcionaba. Mientras pelaba las cebollas, pensó qué nombre le podría si era niño: Diego, Carlos, Luis, Alejandro, Jorge... No era la primera vez que lo hacía y siempre acababa eligiendo ese nombre: Jorge. Lo dijo en voz alta. Jorge Sierra Alonso. De recién casados los dos compartían ese juego. Ella proponía un nombre y Luis lo repetía con los apellidos de ambos: Sierra y Alonso, para ver cómo sonaba. Nunca conseguían ponerse de acuerdo. Acabó de pelar las cebollas y se llevó las manos a la nariz. Le olían muy fuerte. Se las lavó varias veces, pero no lograba que se fuese el olor a cebolla.
Puso una cazuela sobre el hornillo con aceite y mantequilla, y vertió en ella la cebolla troceada. Cuando se doró, añadió la harina, la sal, la pimienta y el agua. Empezó a hervir. La cebolla también era buena para el corazón, lo habían dicho en televisión, y a Marta el corazón de Luis siempre le había preocupado. Esa misma noche harían el amor y, ¿quién sabe?, con un poco de suerte dentro de nueve meses tendrían un niño o... ¿una niña? Seguro que Luis quería una niña, aunque ella prefería un niño.
El olor a cebolla se extendía por la cocina. Marta encendió el extractor. Nunca se acordaba de poner el extractor cuando cocinaba. Mientras la crema hervía, preparó unos platos con jamón y espárragos para acompañar la cena, y fue al salón. El sol todavía entraba por los ventanales, llenando la habitación de luz. Se sentó a ver la tele un rato. Cuando la presentadora dio paso a la publicidad, Marta miró el reloj, habían transcurrido los 20 minutos. Regresó a la cocina y bajó el fuego. Vertió la nata, las yemas y el queso rallado. Por último, echó el vaso de vino y dejó que se mezclase todo a fuego lento mientras lo removía con una cuchara de madera. Después, probó los restos que habían quedado en la cuchara. No estaba mal, pero un poco sosa. Añadió una pizca más de sal y lo puso en el horno a gratinar.
Faltaba poco para que Luis volviese de la oficina, pero ya no podía esperar más. Marcó el número de su móvil. No daba señal, estaría en el metro. Cuando salía tarde, siempre avisaba. Encendió la televisión. Nada interesante. Al rato la apagó. Debía de estar a punto de aparecer. Consultó el reloj. Entró de nuevo en la cocina y sacó la crema del horno. Tenía buena pinta y Luis no tardaría en llegar. ¿Y si era niña? Mientras ponía la mesa, pensó en nombres de niña. Carla, Patricia, Susana, Cristina... Cristina Sierra Alonso. Jorge, si es niño, y Cristina si es niña. Encendió unas velas. Se acordó de la botella de vino y la sacó del frigorífico. Estaba demasiado fría. Seguro que Luis lo notaba. Se sentó a la mesa, frente a la sopera, a esperar y mientras esperaba cogió un poco de jamón para matar el hambre. El salón se fue oscureciendo. Recalentó la crema y volvió a poner la televisión. Llamó a Luis, pero el teléfono al que usted llama se encuentra apagado o fuera de cobertura. Dio vueltas por el piso, abrió y cerró cajones, miró con recelo el teléfono, pero Luis seguía sin aparecer y poco a poco se fue comiendo todo el jamón.
Tuvo que dar la luz porque ya no se veía. Volvió a llamarlo, pero el teléfono al que usted llama se encuentra apagado o fuera de cobertura. Era tarde, y ya no quedaba  jamón. Pensó en preparar algo más para mantenerse ocupada mientras se cansaba de esperar. Se decidió por una ensalada con atún y aceitunas negras. Como le había sobrado una cebolla, pensó en añadírsela. A Luis le encantaba la cebolla. Volvió a llenar un vaso con agua caliente y sal y lo dejó al lado. Al partirla, de nuevo sintió un picor en los ojos, pero esta vez no se le pasó y una lágrima se estrelló contra la encimera. Cerró los ojos con fuerza antes de continuar, pero según iba troceando la cebolla, el picor se iba haciendo más intenso. Continuó partiéndola, prácticamente sin mirar lo que hacía, porque el picor le obligaba a mantener los ojos cerrados. Hasta que ya no pudo parar de llorar y tuvo que detenerse. Se secó los ojos con un paño de cocina. Abrió el grifo y dejó correr el agua, pero seguía llorando. Se lavó la cara y las manos, una vez, dos veces, pero todo le olía a cebolla. Volvió al salón y probó la crema. Estaba fría. Entonces oyó el forcejeo de las llaves en la puerta y se secó la cara rápidamente. Cuando Luis entró, un intenso olor a cebolla se extendía por toda la casa.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿y cómo termina?

Anónimo dijo...

Luis habia traspirado y tenia olor a cebolla?

Jacobino dijo...

Una historia hilada con maestría a partir de pocos elementos argumentales, pero el final la echa a perder.

Suerte.

Calvin dijo...

Coincido con los demás. La historia está bien y te apetece leer que es lo que pasa, si le dice lo de tener un niño y la reacción del marido. Pero de repente, ella no puede dejar de llorar entra el marido y....


Un saludo

Alain dijo...

En general me ha gustado. En mi opinión no es necesario que cuentes el final. Me habría gustado saber un poco más de Luis, que ella nos hubiese dejado caer algo. Creo que le habría dado más fuerza a la historia. En cuanto a Marta, parece un personaje de Carver. Enhorabuena.