Marta
leyó la receta: una cucharada de harina, cuatro cebollas grandes,
mantequilla, aceite, sal y pimienta. Cocer durante 20 minutos. Añadir
nata, dos yemas de huevo, un chorrito de vino y queso rallado. Gratinar
al horno. Parecía muy sencilla y a su marido le encantaba todo lo que
llevase cebolla. Así que prepararía un cena romántica y se lo diría. Le
diría que había llegado el momento, que ya era hora y que no podía
esperar más.
Sin
duda, Luis se alegrará. Ya lo han hablado más de una vez, aunque
siempre en futuro, condicional o subjuntivo. Nunca en presente, porque
el presente nunca ha sido el momento oportuno. Hasta ahora. Pero ahora
los dos están más cerca de los cuarenta que de los treinta y en
cualquier momento se les puede pasar el arroz y el arroz, cuando se
pasa, hay que tirarlo. Por eso, tiene que ser hoy. Le sorprenderá con
una deliciosa Crema de Cebolla Gratinada y se lo propondrá, y luego
harán el amor.
Volvió
a leer la receta para asegurarse de que disponía de todo lo necesario.
Eligió cuatro hermosas cebollas, cogió el aceite, la harina, la sal y la
pimienta de uno de los armarios, sacó la mantequilla y los huevos del
frigorífico, y fue dejando los ingredientes sobre la encimera. Por
último, abrió el aparador donde Luis guardaba sus botellas de vino y
escogió una. La descorchó y se sirvió un poco. El sabor le raspó el
paladar. Demasiado caliente. Luis siempre decía que el vino hay que
tomarlo del tiempo, pero ella prefería bebérselo fresquito, así que
reservó un vaso para añadir a la crema y puso la botella a enfriar.
Bastaría con sacarla un ratito antes. Luis no se daría cuenta de que la
había metido en el frigorífico.
Le
apetecía decírselo ya. Seguro que se ponía a dar saltos de alegría.
Pensó en llamarle y contárselo. Quería escuchar su voz, pero a Luis no
le gustaba que le molestase mientras estaba en la oficina. Además,
últimamente estaba hasta arriba de trabajo y, cuando le llamaba,
enseguida tenía que colgar. Mejor esperar y darle una sorpresa.
Comenzó
a preparar la crema. Cada vez que pelaba cebollas, le venía a la mente
su madre. Un día, cuando tenía 10 años, al volver del colegio, se
encontró a su madre llorando. Desde el pasillo ya se la oía hipar y,
cuando abrió la puerta de la cocina, unos grandes lagrimones le
resbalaban por las mejillas. “¿Qué te pasa, mamá?”, le preguntó. “Nada,
Martita, hija, son las cebollas, que te sacan toda la pena que llevas
dentro”.
Recordó
un truco que había visto en un programa de televisión. Llenó un vaso de
agua caliente, le añadió un par de cucharadas de sal y lo colocó al
lado de la tabla de madera donde iba a partir las cebollas.
¿Funcionaría? Se preguntó si existía una explicación racional o
científica, pero no todas las cosas se rigen por la razón.
Partió
las cebollas por la mitad y cortó cada mitad en trozos. Notó un ligero
picor en los ojos, pero se le pasó. El truco funcionaba. Mientras pelaba
las cebollas, pensó qué nombre le podría si era niño: Diego, Carlos,
Luis, Alejandro, Jorge... No era la primera vez que lo hacía y siempre
acababa eligiendo ese nombre: Jorge. Lo dijo en voz alta. Jorge Sierra
Alonso. De recién casados los dos compartían ese juego. Ella proponía un
nombre y Luis lo repetía con los apellidos de ambos: Sierra y Alonso,
para ver cómo sonaba. Nunca conseguían ponerse de acuerdo. Acabó de
pelar las cebollas y se llevó las manos a la nariz. Le olían muy
fuerte. Se las lavó varias veces, pero no lograba que se fuese el olor a
cebolla.
Puso
una cazuela sobre el hornillo con aceite y mantequilla, y vertió en
ella la cebolla troceada. Cuando se doró, añadió la harina, la sal, la
pimienta y el agua. Empezó a hervir. La cebolla también era buena para
el corazón, lo habían dicho en televisión, y a Marta el corazón de Luis
siempre le había preocupado. Esa misma noche harían el amor y, ¿quién
sabe?, con un poco de suerte dentro de nueve meses tendrían un niño o...
¿una niña? Seguro que Luis quería una niña, aunque ella prefería un
niño.
El
olor a cebolla se extendía por la cocina. Marta encendió el extractor.
Nunca se acordaba de poner el extractor cuando cocinaba. Mientras la
crema hervía, preparó unos platos con jamón y espárragos para acompañar
la cena, y fue al salón. El sol todavía entraba por los ventanales,
llenando la habitación de luz. Se sentó a ver la tele un rato. Cuando la
presentadora dio paso a la publicidad, Marta miró el reloj, habían
transcurrido los 20 minutos. Regresó a la cocina y bajó el fuego. Vertió
la nata, las yemas y el queso rallado. Por último, echó el vaso de vino
y dejó que se mezclase todo a fuego lento mientras lo removía con una
cuchara de madera. Después, probó los restos que habían quedado en la
cuchara. No estaba mal, pero un poco sosa. Añadió una pizca más de sal y
lo puso en el horno a gratinar.
Faltaba
poco para que Luis volviese de la oficina, pero ya no podía esperar
más. Marcó el número de su móvil. No daba señal, estaría en el metro.
Cuando salía tarde, siempre avisaba. Encendió la televisión. Nada
interesante. Al rato la apagó. Debía de estar a punto de aparecer.
Consultó el reloj. Entró de nuevo en la cocina y sacó la crema del
horno. Tenía buena pinta y Luis no tardaría en llegar. ¿Y si era niña?
Mientras ponía la mesa, pensó en nombres de niña. Carla, Patricia,
Susana, Cristina... Cristina Sierra Alonso. Jorge, si es niño, y
Cristina si es niña. Encendió unas velas. Se acordó de la botella de
vino y la sacó del frigorífico. Estaba demasiado fría. Seguro que Luis
lo notaba. Se sentó a la mesa, frente a la sopera, a esperar y mientras
esperaba cogió un poco de jamón para matar el hambre. El salón se fue
oscureciendo. Recalentó la crema y volvió a poner la televisión. Llamó a
Luis, pero el teléfono al que usted llama se encuentra apagado o fuera de cobertura.
Dio vueltas por el piso, abrió y cerró cajones, miró con recelo el
teléfono, pero Luis seguía sin aparecer y poco a poco se fue comiendo
todo el jamón.
Tuvo que dar la luz porque ya no se veía. Volvió a llamarlo, pero el teléfono al que usted llama se encuentra apagado o fuera de cobertura.
Era tarde, y ya no quedaba jamón. Pensó en preparar algo más para
mantenerse ocupada mientras se cansaba de esperar. Se decidió por una
ensalada con atún y aceitunas negras. Como le había sobrado una cebolla,
pensó en añadírsela. A Luis le encantaba la cebolla. Volvió a llenar un
vaso con agua caliente y sal y lo dejó al lado. Al partirla, de nuevo
sintió un picor en los ojos, pero esta vez no se le pasó y una lágrima
se estrelló contra la encimera. Cerró los ojos con fuerza antes de
continuar, pero según iba troceando la cebolla, el picor se iba haciendo
más intenso. Continuó partiéndola, prácticamente sin mirar lo que
hacía, porque el picor le obligaba a mantener los ojos cerrados. Hasta
que ya no pudo parar de llorar y tuvo que detenerse. Se secó los ojos
con un paño de cocina. Abrió el grifo y dejó correr el agua, pero seguía
llorando. Se lavó la cara y las manos, una vez, dos veces, pero todo le
olía a cebolla. Volvió al salón y probó la crema. Estaba fría.
Entonces oyó el forcejeo de las llaves en la puerta y se secó la cara
rápidamente. Cuando Luis entró, un intenso olor a cebolla se extendía
por toda la casa.
5 comentarios:
¿y cómo termina?
Luis habia traspirado y tenia olor a cebolla?
Una historia hilada con maestría a partir de pocos elementos argumentales, pero el final la echa a perder.
Suerte.
Coincido con los demás. La historia está bien y te apetece leer que es lo que pasa, si le dice lo de tener un niño y la reacción del marido. Pero de repente, ella no puede dejar de llorar entra el marido y....
Un saludo
En general me ha gustado. En mi opinión no es necesario que cuentes el final. Me habría gustado saber un poco más de Luis, que ella nos hubiese dejado caer algo. Creo que le habría dado más fuerza a la historia. En cuanto a Marta, parece un personaje de Carver. Enhorabuena.
Publicar un comentario