viernes, 29 de julio de 2011

90 De picnic por Chinhe

¡La güelita ya vino del rosario!, un capón, y di abuela. A la mañana siguiente fui a visitarlo por ser San Martín. Estaba en una pocilga muy sucia, hola cerdito, con muros oscuros y tablones cagados, ¿ya lo comiste todo?, junto a un montón de paja ennegrecida, un pilón de piedra con agua y un rayo de luz que se filtraba por entre la portezuela, felicidades cerdito.
Afuera, mi padre y mi tío afilaban los cuchillos gssssh gssssh gssssh, Mar vuelve a ver al cerdito, gssssh gssssh, ¡nena, ven aquí! Mi abuela y mi madre hervían potas enormes bluurp bluurp bluuurp. Cuenta nena, ¿viste al cerdito?, ¿dónde lo viste?, pues ahí, y se reían y nos reímos, y los hombres desde el patio ¿empezamos o qué?, ¡Carlitos! gritaba mi tía, ¿qué hacen papá y el tío? y ellas chist, es un secreto, mejor no digas nada no sea que se entere el cerdito.
El día se pobló de gritos desgarradores, ¡oooiiinnnkkkk!, entre cuatro lo traían. No recuerdo cuanto tiempo se abrazaron a aquella mole alocada, ni supe de quién fue la mano que le clavó el cuchillo en la garganta. Muchos gruñidos, ¡sujétale la pata, Milagros! gestos recios, ¡trae el caldero!, sangre, vapor de la sangre, sol tibio de noviembre, ojos como platos.
En el forcejeo, mi padre se hizo sangre. Mete el dedo en vino, dijo güelita. Mi tío se tambaleaba al ponerse en pie. Yo creo que fue él quien lo mató, aunque fue mi tía quien le cortó el rabo, con forma de espiral.
¡Ven nena! gritaba mi padre, y mi tía ¡prueba el rabito!, y mi madre ¿no esperamos al resultado? ¡Anda hombre, si ha comido lo mismo que yo! ¿Mamá qué resultado? Olor a barbacoa, ¿rico, no? y sonreí y nos reímos todos.
¿Por qué lo queman si ya está muerto?, pues por eso, porque está muerto.
¿Puedo comer más rabito?, ¿Milagros, queda rabo?, y mi padre espera que pronto freiremos el lomo, y mi tío antes la panceta.
La güelita cortaba rebanadas de pan de hogaza. Mi madre cortaba sobre un tajo de roble un trozo de carne, y mi tía los freía en una sartén montada sobre una bombona, sin cocina. ¡Carlitos, dónde estabas!, mi primo apareció. ¿¡Te da miedo el cerdo!? le gritaba mi tío, capón, lloros, ¡mira a tu prima!, y nadie me miraba, ¡es una niña y no tiene miedo!, azote. ¿Mamá por qué dice el tío que soy una niña y no tengo miedo?, y ella pues porque las niñas son más lloronas, ¡pero yo no!, tú no cariño.
¡Cuidao que quema!, y el beicon mojaba con su grasa y el aceite el pan prieto de la hogaza, con ceniza por debajo. ¿puedo comer la ceniza también?, ¿qué ceniza?
Carlitos dejó de llorar. Lo miraba con ojos rojizos. Huele a caca. Yo también lo había notado pero no dije nada. Las tripas se las llevaron en calderos. ¿La vais a tirar? No nena, las vamos a lavar al reguero, ¿puedo ir?, tú quédate con Carlitos, ¡qué rollo!
Güelita revolvía varios calderos con sangre dentro. Madre fríame una poca. Los dientes de mi tío se volvieron rojos. Sabía raro. Salí corriendo hasta el espejo, ¡yo también!, ¡uuuhhh, Carlitos, que te como!, ¡Mamá, mira a Mar!, ¡Mar!
¿Puedo beber de la bota yo también? No que tiene vino, toma, gaseosa, ¿Carlitos quieres gaseosa?, no.
Los hombres limpiaban los cuchillos, y no paramos de comer cosas raras.
Venga, a dormir la siesta. Ese era el peor de los suplicios, dormir cuando nunca tenía ganas. A mis padres les gustaba pelearse en la cama durante la siesta, pero yo, como no tenía hermanitos, me dedicaba a dibujar. ¿¡Puedo salir ya!? Mi madre salía siempre antes que mi padre, con peor aspecto que antes de entrar. Sí nena, pero no toques al cerdito, ni a los cuchillos, ¡Carlitos, baja!
Solo las mujeres volvieron al patio. Ya le habían lavado las tripas. Rita trae el pan viejo que voy a empezar a picar, decía güelita,
¿Dónde van papá y tío?, a jugar la partida, ¡yo también quiero ir a jugar!, ya está aquí el arroz, a la cantina solo van los hombres. Ruido violento de freidura ¡fffrrrsss!, de cebolla, en la sartén sobre la bombona pelada. ¿Por qué? ¡Ay nena deja de preguntar tanto!
Ven que vas a aprender a hacer morcillas. ¡Carlitos!, ¡yo quiero ir a la cantina!, ¡cómo te portes mal se lo digo a tu padre! Y entonces me sentaba de mala gana junto a las mujeres para meter en aquellas bolsas la pasta casi negra del caldero. Mira, así. Déjame a mí.
¿Papá, puedo ir mañana contigo a la cantina? ¿Ya habéis terminado con las morcillas?, papá papá, ¡cállate Mar! Vamos a empezar con los botillos.
Los hombres lo cogieron y se lo llevaron a la bodega, que siempre estaba muy fría. ¡Quita de ahí! Lo colgaron bocabajo de un gancho del techo.
Luego sacaron un tambor de metal muy negro y lo colocaron sobre una lumbre. Dentro metían castañas. Mar, me dijo güelita, a las castañas hay que darles un corte para que no exploten, mira, ¡pero madre, que la nena se puede cortar!, ¡quiá!, a su edad yo ya…, ¡Mar deja el cuchillo! Las castañas olían muy bien, todo lo contrario que el orujo que sirvió mi tío, ¿cómo pueden beber algo que huele tan mal? pensaba. Bebían poco eso sí, aunque muchas veces. ¡Cuidado no te quemes!, déjame pelarlas a mí.
«Si el vino del Bierzo bajo no se bebiera, no se bebiera, no habría tantos borrachos y en la rivera y en la rivera…»
¡¿Dónde te habías metido?!, ¿quieres castañas?, no.
A la mañana siguiente hacía mucho frío pero yo quería bajar con los mayores. Los hombres lo descolgaron y lo llevaron al patio. ¿Qué saco primero los jamones o las paletillas?, y güelita las paletillas. Mi madre picaba ajo y mi tía preparaba una pasta muy roja, es adobo.
Manolo, prende la lumbre que vamos a probar la moraga. Mi padre prendió una lumbre entre unos ladrillos, y luego comenzó a poner trozos de carne sobre una rejilla negra. A media mañana todos comíamos lomo con pan de hogaza, y más vino, y más gaseosa. No está mal el vinín. ¿Pico un tomate? Y eso que el jodío del jabalí fozó la mitad de las cepas. Cuida la boca Vicente.
La carne blanca tenía las rallas negras de la parrilla. ¡Esta rica, eh!, mejor que la panceta dije, y todos se rieron, yo también aunque no lo entendí muy bien. ¡Carlitos, como vaya ahí te vas a enterar!
Mi padre colgó las morcillas y los botillos de palos, en la bodega, e hizo lumbre debajo. Pa ahumarlos me dijo. Y mañana colgaremos los chorizos. ¿Le pedisteis la choricera a Isidoro?
Ensalada verde aliñada con yogurt natural mezclado con pasas y confitura de naranja amarga, mazorcas y espinacas hervidas aderezadas con aceite de oliva y sal, fideos de arroz cohesionados con un pisto de calabacín, y melón troceado. Ese fue el festín que Yamamoto preparó para el picnic al que me invitó. Los japoneses celebran la festividad del sakura, cuando los almendros florecen, saliendo a comer de picnic, debajo de los árboles floridos. Uno de sus dulces favoritos –según me confesó– mooncakes chinos, y un excelente té verde a su justa temperatura gracias al invento del termo, dieron al evento cierto toque sibarita.
–¿En España también celebráis picnics? –preguntó él mientras se acercaba a la boca una aceituna negra aprisionada por la punta de sus palillos.
–Sí –salivé.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Dos anécdotas separadas y sin nexo, no es un cuento.

Jacobino dijo...

En realidad, la última anécdota justifica la crónica dramatizada inicial, que se hace un poco larga. Falta alguna tilde.

Suerte.

Calvin dijo...

Me gusta la idea y me parece sutil el final. Lo que no me gusta es que no se separen en ningún momento las conversaciones. Dificulta mucho su lectura, ya de por sí mala por tener que hacerla en el ordenador. La idea sin embargo me gusta.

Un saludo

Anónimo dijo...

Concuerdo con Calvin

Anónimo dijo...

Me cuesta leer sin los guiones de separación de diálogos, y ribera más de una vez con v...es una falta gorda, la verdad.