lunes, 25 de julio de 2011

84- Madame Boulangérie por Pepe Botella

  Como cada tarde el señor Megías leía el periódico en su sillón y luego dedicaba diez minutos abrir la correspondencia. Entre una montaña de facturas se hallaba un sobre color champán, cerrado con un botón de cera roja en la que se podía leer dos iniciales en relieve. El señor Megías cogió el abrecartas y abrió el sobre, sacó una invitación con membrete dorado que decía así: Estimado D. Antonio  Megías sería un placer que pudiera asistir a la subasta de muebles antiguos en la mansión Pino Blanco, carretera Toledillo sin número que se celebrará el próximo 14 de Agosto a las 19:00 horas. Dado la lejanía del lugar a continuación ofreceré una fastuosa cena y alojamiento a todos los asistentes. Ruego confirmación. Madame Boulangérie.
     Antonio Megías no podía creerlo, era restaurador de muebles y poder visitar la antigua mansión Del Conde Boulangérie por dentro, incluso adquirir algún mueble, le parecía un sueño. Tomó pluma y papel y redactó una carta confirmando su asistencia.
     El día citado se levantó algo nervioso, preparó su equipaje, metió una muda y buena parte de sus ahorros. Bajó al mercado allí tomó la diligencia, ésta le llevó a la carretera Toledillo, pero aún faltaba un buen trecho para llegar a la mansión. Aquella parte del camino se hacía intransitable para ir en calesa y debía recorrerse a pie.
    El camino era cuesta arriba, llegó exhausto, ante él se alzaba una puerta doble de dos metros con las mismas iniciales que en el sobre, estaba entreabierta y se adentró. Un jardín frondoso se ocultaba tras la verja, a unos 300 metros se hallaba la casa, vigilada siempre desde arriba por los las cuatro gárgolas en sus cuatro esquinas, en lo alto, el tejado de sombrero de bruja y teja negra, le daba ese aire entre tétrico y señorial que a Antonio tanto le gustó.
     Llamó al timbre, una melodía similar a una cancioncilla infantil sonó y en breves minutos el mayordomo abrió la puerta, era de complexión fuerte y alto, de piel pálida y completamente calvo. Le invitó a entrar y tomó su maleta
-Acompáñeme a su aposento, por aquí por favor.
Antonio le siguió, el pasillo era largo y lúgubre, las paredes de papel olían a humedad.
-A las 20:00 horas baje al salón principal, dará comienzo la subasta. La Madame insiste que acudan aseados y vestidos para la ocasión.
-Muchas gracias
Antonio cerró la puerta tras de él. Cayó de bruces en el colchón de lana, dio un vistazo rápido al dormitorio, cortinas de terciopelo granate, muebles de roble, cabecero de forja negro
-No está mal- dijo en voz alta.
     En una esquinita había un mueble con un espejo, una palangana y una jarra con agua tibia, al lado una pastilla de jabón. Después de asearse y vestirse, bajó al salón, los huéspedes estaban acoplados en sillas de madera por toda la estancia, él también tomó asiento, el murmullo y el jaleo de la gente fue cediendo al silencio cuando una mujer de unos cincuenta años, con vestido largo enlutado y pelo recogido pasó al habitáculo, desprendiendo a su paso un olor a magnolia.
 -Buenas noches a todos, gracias por venir soy Madame Boulangérie, bienvenidos a mi humilde hogar.
     Los criados disponían los muebles en fila, eran preciosos, unos barrocos otros victorianos, muebles con solera, como la casa y la dueña, pensó Antonio. El pujó por una mesa camilla y por un secreter, pero un tipo gordo de pelo grasiento, pujó mas alto y no pudo competir, quedándose con las manos vacías.
     Tras la subasta los invitados pasaron al comedor, una gran mesa rectangular yacía en medio. En la cabecera presidiendo la mesa se sentó la Madame, a ambos lados los invitados, unos veintidós.
     La mesa estaba impecable, la mantelería era bordada a mano en lino blanco, las copas impolutas, la vajilla ribeteada en oro. Los criados portaban soperas a juego con la vajilla y servían una vichyssoise,  esta crema de puerros no fue lo único que entusiasmó a los invitados. En el centro de la mesa había diversos manjares, ensaladas de rúcula y canónigos, brandada de bacalao, puré de patatas, guisantes con jamón, queso, huevos duros con lonchitas de tocino, lengua de ternera, menudillos de ave y alcachofas guisadas.
     La gente charlaba animadamente, todos vestidos de gala y perfumados, algunos eran gente adinerada y otros no tanto. Llegó el segundó plato, carne en pepitoria, fue probarlo y se armó una gran revuelo en el comedor, todos  estaban deleitados y sorprendidos.
-Yo misma lo preparé-dijo la Madame
-Delicioso, ¿es cordero verdad?-preguntó alguien.
-No, creo que es cerdo-sugería otro.
     El tipo gordo y de pelo grasiento, llevaba la servilleta a modo de babero y parecía poco sociable solo abría la boca para introducir la comida en ella.
-Madame Boulangérie, he visto un retrato de una pareja joven, la mujer muy guapa y el hombre…-dijo una señora gruesecita.
-El hombre era mi difunto esposo el conde Boulangérie, muy buen hombre pensé cuando me lo comí jajajajajá.
     La gente reía al unísono, y se servían vino y carne
-Madame, ¿Qué lleva este guiso tan pecaminoso?-preguntó un hombre delgado y con bigote.
-Si se lo dijese tendría que matarle- y nuevas risas sonaron por la estancia.
     Los criados aparecieron de nuevo con el postre, compota de higos y café con leche.
-Insisto en que me revele su secreto.
-Esta bien-y continuó diciendo la Madame-La carne se rehoga, untada de harina en aceite, manteca o tocino, friendo también los ajos, un par de cucharadas de harina y media de pimentón. Se pone en una cacerola, cubriendo la carne con agua para que cueza mínimo tres horas, agregando la grasa en que se rehogó. Cuando la carne esté tierna se cuela la salsa y se aromatiza con un chorrito de jerez, huevo duro y sangre dando otro hervor y luego servir y listo.
     Antonio se le hizo la cena indigesta, pasó la noche en vela, la vieja mansión crujía y murmuraba. Ya de madrugada sintió la boca seca, tomó el candelabro de la cómoda y bajó hasta la cocina, el pasillo se le hizo demasiado largo, no puedo evitar volver la cabeza un par de veces, sintió que alguien le acechaba entre las sombras y aligeró el paso.
 -Serán desvaríos míos, no dormir en toda la noche me ha puesto los nervios de punta-pensó.
     La cocina era enorme, tenía varias pilas, fogones, una gran mesa con una tabla y una macheta, y al fondo la despensa. Dejó el candelabro en la mesa y fue a la despensa, tomó un vaso, levantó la tapa de la tinaja que estaba al lado y con el cacillo se echó agua. Lo llevó a la boca y dio un buen trago.
-¡Puag!,
La boca le sabía a sangre, acercó tembloroso el candelabro al vaso y vió que el líquido era rojo intenso. Cuando iluminó la despensa, descubrió ganchos en la pared y manchas de chorreones hasta el suelo, volvió el candelabro a la otra pared, el tipo gordo de pelo grasiento estaba colgado de un gancho. Se sintió desfallecer. Sintió que las piernas no le sostenían e inmediatamente una arcada le hizo doblarse en dos y arrojar todo lo ingerido.
     Antonio Megías salió corriendo con el camisón y descalzo, se dirigió a la puerta principal y comprobó que estaba cerrada con llave.
-¿Va usted a alguna parte?-dijo abriendo las sombras Madame Boulangérie
-¡Déjeme salir loca!-gritó Antonio.
-Oh no, no, ¡qué desagradecido!, ¿acaso la cena no ha sido de su agrado?- Y el mayordomo le tapó la boca para que no pudiera gritar-No se me ponga usted en tensión que luego se le ponen las carnes duras y tengo que dejarle macerar mas tiempo del debido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No dice nada y es previsible, cuida la puntuación.

Jacobino dijo...

Demasiada descripción innecesaria al comienzo y un final, no por truculento, menos previsible. Como indica el anterior mensaje, hay numerosos errores de puntuación.

Suerte.

Calvin dijo...

Coincido, final previsible.

Un saludo