viernes, 8 de julio de 2011

44- Hambre

    Corrió hacia la azotea y pateó la puerta con su pierna regordeta. Miró a todos lados, pero no encontró una salida. Sudaba a mares y su respiración era incontrolable. Las voces subían por las escaleras y los pasos se escuchaban muy cerca. Ya no podía seguir subiendo. En un acto desesperado por escapar, no se le ocurrió mejor idea que treparse a enorme antena del edificio. A pesar de su cuerpo rechoncho, el paroxismo le había regalado una pócima de agilidad inusitada y no tardó en llegar hasta la cima. Debajo de él y a unos pocos metros, cientos de cámaras y micrófonos le apuntaban. Eran paparazzis que se agolpaban como si fueran una horda de zombis en celo. El mediático chef se encontraba en el peor momento de su vida y eso lo hacía más famoso que nunca. Era carne de cañón para los buitres, que sobrevolaban la antena preguntándole: ¿Va a suicidarse? ¿Lo hace porque no soporta que todos sepan la verdad? ¿Aceptaría una exclusiva sobre su muerte?
    Así era noche y día. Los periodistas hacían guardias frente a su casa, tenían camionetas, motos y hasta helicópteros. El artista de la cocina se balanceaba como King Kong en el Empire State. La tensión subía, el helicóptero se acercaba,  los periodistas preguntaban, el pie resbalaba, la antena se liberaba del peso y el cocinero caía al vacío. Su grito era desgarrador y aumentaba en intensidad al verse obligado a soltar la bolsa. Toda su vida pasaba ante sus ojos como si fuese una receta de cocina o más bien un menú de hamburguesa. Al ver en cámara lenta como caían las patatas fritas y el refresco, reflexionó brevemente sobre su vida. Se sentía apenado de que las cosas hubiesen terminado de esa forma. Se arrepentía de no haber tenido la calma necesaria para controlar la situación y desmentir a los calumniadores.
    Su vida había sido exitosa. En pocos años se había convertido en uno de los cocineros más reconocidos del mundo y su restaurante “Anorexit”, era considerado el más caro y selecto del mundo. Las estrellas de cine, los gobernantes, las modelos y las esposas de los millonarios, se contaban entre sus clientes más habituales. Meticuloso y déspota, había logrado conformar un equipo de cocineros esclavos y un menú vanguardista. “Menos es más”, era la consigna de su diseño culinario. Una cena en su restaurante podía costar 20.000 dólares y casi que se necesitaba una lupa para poder apreciarla. De un solo bocado, el afortunado comensal, podía estar masticando una casa en el tercer mundo o el coche de su empleada doméstica.
    Esto parecía indignar a una gran cantidad de activistas que veían una correlación entre la popularidad de este tipo de restaurantes y el aumento del hambre mundial.  Así fue que Adolf Cook empezó a estar en el ojo de la mira. Cada inauguración en un país, era recibida con sentadas de protesta, pintadas y todo tipo de boicots. La rabia por este intento de arruinar su negocio hizo que el chef proclamara a los gritos, el asco que le daba la clase trabajadora. Se convirtió en un representante radical de las clases más adineradas que lo tenían como un ídolo. Este crecimiento de popularidad entre los más pudientes, benefició a su negocio, pero lo quitó de la cocina para convertirlo en un personaje mediático. Odiado y venerado a la misma vez por sus comentarios clasistas.
    Mark Rastatak, uno de los líderes de los activistas, parecía tenerle especial animadversión. No era de extrañar, ya que eran dos personas totalmente antagónicas. Uno gordo, otro delgado, uno meticuloso, otro desordenado, uno egoísta, otro generoso, uno rico otro pobre, uno con rastas, otro pelado. A Rastatak, Adolf le recordaba a uno de sus antiguos compañeros de escuela, que siempre le robaba  la merienda y le gritaba  “hijo de hippie”. Quizás era eso lo que en el fondo le hacía odiarlo. No lo sabía a ciencia cierta, pero quería verlo destruido y no pararía hasta lograrlo. Adolf siempre se jactaba en televisión, de que sólo se alimentaba de sus platos y de los más finos ingredientes cocinados con arte y amor. Pero para Rastatak, resultaba casi imposible que un hombre que parecía un oso, comiera platos que sólo un astronauta comería. Tenía que haber algo escondido, así que decidió seguirlo noche y día. Hackeó su ordenador y hasta revisó su basura para ver sus costumbres. Eran las tres de la mañana cuando hizo la foto que comenzó a arruinar la fama del chef. Se veía a Adolf con gafas oscuras, saliendo con un menú XXL de una conocida cadena de comida rápida. Rastatak había descubierto que el famoso chef era un adicto a las hamburguesas y que su sobrepeso no era genético como decía. La foto se  publicó en todos los medios y se difundió hasta el hartazgo. Eso fue el comienzo de su final. Luego surgieron rumores de que mantenía un romance con la empleada del mes de su cadena favorita y muchas calumnias más.
    Los clientes del Anorexit  se sintieron defraudados y repugnados por el descubrimiento de las costumbres alimenticias de su afamado chef. Había rebajado su clase social equiparándose a la clase obrera, cuyo único talento parecía ser el mal gusto. El restaurante y sus franquicias mundiales entraron en quiebra. Adolf debió dejar su mansión y terminó viviendo en un hotelucho sin estrellas, como lo haría una persona normal. Ahora, un mes después de la estrepitosa caída de popularidad, se precipitaba al vacío dejando atrás una bolsa de hamburguesas y su pasado millonario.
    El sobrepeso parecía acelerar su final y no le quedaba mucho tiempo para pasar a la otra vida. En ese preciso momento y por un azar del destino, un empleado del hotel abre el toldo del bar y amortigua la caída del chef, que rebota y cae a la piscina, después de golpear su boca contra el borde. Los huéspedes del hotel sacaron sus cabezas por la ventana para ver la escena. Pensaban que era otro turista borracho que se tiraba del balcón a la piscina siguiendo la moda del balconing. Pero luego de ver tantos periodistas y ambulancias, se enteraron que era alguien famoso que había querido suicidarse y no lo había conseguido.
    Los meses que siguieron no fueron fáciles. Adolf Cook tenía más de veinte huesos rotos y la comida del hospital era fatal. Lo peor es que debía permanecer muchos meses internado y su futuro parecía complicado. Estaba solo y ninguna de sus antiguas amistades lo venía a visitar. Sólo la empleada del mes lo iba a ver. Sundae cuidaba de él y le traía lo que sobraba del trabajo, alimentando su barriga y sus esperanzas de recuperación. Pero el ex chef, no podía comer mucho, porque no le quedaba ni un solo diente en la boca. La caída lo había dejado como un abuelo desdentado y no podía pagarse la dentadura postiza. Viendo su situación y recordando la luminosa dentadura de sus antiguos clientes, Adolf se dio cuenta por primera vez de lo injusto que podía ser el mundo. Llegó a la conclusión que dios le daba pan al que tenía todos los dientes. Es decir a los ricos o a los que podían pagarse el dentista, pero nunca a los niños, a los pobres y a los ancianos. Curiosamente, con esas mismas palabras, Rastatak abría la conferencia internacional contra el hambre crónica y se convertía en un personaje mediático.

10 comentarios:

Jacobino dijo...

Está bien, aunque parece más una novela hiperbreve que un cuento.

Deberías revisar la puntuación, ya que he visto varias comas entre sujeto y predicado y, luego, faltan otras que debieran separar oraciones independientes con distintos sujetos.

Suerte.

Anónimo dijo...

¿Quién es este Jacobino que solo sabe sacer defectos? Me gustaría que nos indicara cual es su cuento o relato, como él prefiera.

Jacobino dijo...

¿Quién es este anónimo que ni siquiera es capaz de firmar con un "alias"?

Por fortuna, no tengo obligación alguna de satisfacer sus deseos y no lo haré, aunque puede que no participe en el concurso, o no lo haga todavía. Y es falso que sólo sepa sacar defectos de todos los relatos, pero es que, de donde no hay, no se puede sacar otra cosa. Y como prueba, este relato, del que no he sacado defecto alguno.

Más escribir y menos patalear.

Anónimo dijo...

Pues entre 66 relatos, valorar positivamente uno solo es bastante triste. Me reafirmo, solo sabe sacar defectos. Y no pongo alias porque me resulta muy cómodo marcar donde pone anónimo. Espero que pronto tengamos el honor de leer un comentario en el que no haya errores ortográficos, de puntuación o demasiados adverbios acabados en mente.

Anónimo dijo...

Por cierto, el relato al cual no has sacado defectos tampoco me parece a mí que sea para tanto, tal vez porque nunca me han gustado demasiado las historias sórdidas de hermanos que se lían entre sí, pero allá cada uno con sus gustos.

murem coersus dijo...

Hola jacobino y anónimo. soy el autor de este cuento "hambre".

Jacobino: te agradezco la critica porque coincido totalmente contigo en la puntuación (me cago en dios, odio tener errores)me di cuenta cuando volví a leerlo.No estaba terminado cuando lo envié. Ansiedad...mala consejera.

Anonimo/s: Coincido que el inconformismo agresivo de jacobino suena petulante y hiere sensibilidades. A mí me no me molesta. Es más, he entrado varias veces esperando su critica. Fue la misma que me hice a mí mismo.

Anónimo dijo...

Al autor:"me cago en dios" te sobra, y Dios con "d" mayúscula. ¿Hace falta ser tan grosero y ofensivo para expresarse?.Un saludo Laura.

Anónimo dijo...

Dios puede ir en mayúscula o minúscula, depende de lo que signifique para el que escribe. Mi dios siempre va en minúscula y no es una falta ortográfica.

Jacobino dijo...

murem coersus:
Le honra ese afán por la perfección, el único medio de alcanzar un resultado digno. Como dije antes, me pareció bien su historia, aunque quizá, para lo que son las convenciones del género, pasan muchas cosas demasiado resumidas, por eso la comparación con una novela hiperbreve. Le deseo suerte de veras y le animo a que siga en la brecha, pues es evidente que tiene cosas que contar.

Anónimo:
No hay historias buenas ni malas: las hay bien o mal narradas.
Un cuento entre 45 (que son los que he leído y comentado, no 66) no es ni triste ni alegre, sino lo que hay. Si uno no quiere escuchar más que elogios, aunque sean falsos, en lugar de enviar una obra a un concurso donde todo el mundo puede opinar, lo que debe hacer es daársela a leer familiares y amigos exclusivamente.

Saludos.

Calvin dijo...

Yo creo que el relato empieza con fuerza, metiéndonos de lleno en la historia, pero se va desinflando. Quizá sea porque se explica con demasiado detalle todo, sin dejar que el lector adivine o intuya nada de lo que pasa. Creo que la parte de la dentadura sobra en este caso.

UN saludo