jueves, 4 de agosto de 2011

102- Mejillones a la Poseidon por Orfeo

Según pudimos averiguar, ya en su afamada saga neogótica “El mejillón lascivo”, el tristemente célebre monje benedictino Rupert de Hydrae  llamaba la atención acerca de los terribles peligros y acechanzas que aguardaban  a quienes se atrevieran a abrir las valvas del enigmático molusco, succionar ávidamente sus jugos y regocijar su lengua y sus labios en la mórbida sensualidad del pequeño animalejo húmedo y carnoso.
Minuciosa y obsesivamente -  como era de esperar en quien de ese mismo modo regía  los destinos de la tenebrosa Abadía de Sant Erectium – detallaba el santo hombre los efectos demoníacos de lo que según él, no era más que la última maniobra del Poseidón Pagano que, revolviéndose en las profundidades del Mediterráneo, intentaba vengarse de su derrota  tentándonos una y otra vez con esos innombrables productos de su abismal y férvida imaginación.
La obsesión del santo pecador – según referencias confiables -  llegó finalmente al punto de proponerse recopilar, uno por uno y sin excepción, todos los documentos en los que de un modo u otro pudiera descubrirse, explícita o implícitamente, la presencia de tamaña tentación. En ese afán, recorrió sin descanso cuanta taberna y monasterio encontró  a lo largo de la Europa Meridional, y aún de la costa norte de Africa, donde según algunos testimonios, tuvo dolorosos problemas con los ardientes bereberes, absolutamente reacios a sus prédicas, aunque no a las tentaciones…
Finalmente, el santo pecador instituyó sus paradójicos atributos, al instalarse en cierto poblado indefinido de la costa  mediterránea española, precisamente huyendo de las furias de los indignados bereberes. Allí conoció a una noble dama portuguesa cuyo nombre pareció ser Gona da Maestre (aunque hay dudas sobre ello, ya que muchos de los manuscritos consultados contienen tachaduras, borrones y sobreescritos, además del deterioro natural). Esta relación significó un nuevo giro en la agitada vida de Rupert: estimulado por la bella cortesana, el hombre se exigió más aún y acentuó desaforadamente sus manías. Entregado a inimaginables prácticas lujuriosas durante la noche, pasaba el resto del tiempo tratando de controlar al máximo sus fantasmas escribiendo un minucioso recetario afrodisíaco, pleno de alusiones esotéricas y desvaríos místicos de dudosa autenticidad; mientras la dama oraba, penitente, arrodillada sobre granos de maíz.
Según pudimos colegir de nuestras investigaciones, el torturado monje pensaba que escribiendo y ocultando todos los productos que la parte libertina de su alma intentaba exteriorizar, por un lado pagaba sus culpas y por otro ( rayando en el delirio) retiraba del mundo tales fantasmas e impedía su proliferación. Por eso, sus escritos solían comenzar indefectiblemente con la siguiente oración: “ Señor, yo estoy perdido, piérdame pues del todo, para que no se pierdan todos”.
Claro que, más laboriosos eran sus días, más desenfrenadas sus noches; más recetas copiaba y acopiaba, más se estimulaba el fuego demoníaco de sus deseos. Y así en un espiral dantesco que terminó dando finalmente con sus flacos huesos y sus raídos sesos en la ya mencionada Abadía de Sant Erectium, donde parece haber pasado sus últimos años.
Poco o nada se supo de él durante siglos, hasta que nuestro Club REP (Recuperación del Erotismo Pagano), inició esta investigación destinada a recuperar lo que se pudiera de las obras del santo pecador. Debo reconocer que no logramos mucho, pero, como miembro del Club,  y aprovechando la realización de nuestro próximo Banquete Anual, tengo el placer de compartir con ustedes, acá, frente al sol del Mediterráneo, y mientras levantamos las copas rebosantes del néctar dionisíaco, la única página del recetario de Rupert que hemos podido recuperar íntegra, tras largas y agotadoras jornadas a lo largo y a lo ancho de toda Europa. (Pedimos disculpas por la seguramente incompleta y a veces desprolija traducción del latin vulgar)

Mejillones a la Poseidón

Ingredientes:
10 dientes de ajo picados
2 cucharaditas de anís
1 cucharadita de orégano silvestre
½ taza de perejil recién picado
Una pizca de verbena o “herba veneris”
Una pizca de guindilla picada
Un kg. de tomates rojos, pelados y troceados
Un vaso colmado de vino tinto o blanco
Sal y pimienta negra al gusto
2 cucharaditas de albahaca.
Preparación: Se lavan los mejillones, se los limpia de barba y restos de arena, en número de tres docenas y se los deja aparte. Se hierven todos los ingredientes, salvo el vino y el perejil, durante tres cuartos de hora. Luego se añaden el vino y el perejil y se hierve quince minutos más. Mientras esto ocurre, se cuecen al vapor los mejillones durante cinco minutos. Se sacan, se escurren y sin sacarlos de sus conchas se los echa en la salsa de tomate, removiendo para que se bañen bien.
Pues bien: queridos invitados al nada platónico Banquete del Amor, que les aproveche. Ahora, pan para mojar, vino para entonar y espíritu para gozar. Y recordemos siempre que el pequeño y voluble Eros se cubre con dos mantos: sábana y mantel. Y que tanto más calientes estarán las sábanas cuanto más y mejor honremos el mantel.   

4 comentarios:

Jacobino dijo...

La anécdota que justifica la receta me resulta insípida y con alguna contradicción delatora de desconocimiento de nuetra historia y geografía(qué diantres pinta una dama portuguesa en el mediterráneo medieval, un hervidero de moriscos y piratas berberiscos), y el lenguaje, demasiado ampuloso, apropiado para un benedictino, pero no para un contemporáneo, aunque sea miembro del REP.

Suerte.

Anónimo dijo...

Lector poco aprovechado de Bocaccio.

Calvin dijo...

El intento de relato con tintes históricos es original, o al menos llamativo, pero me resulta demasiado rebuscado. Coincido con lo del lenguaje. no parece que el narrador sea contemporáneo.

Un saludo

Anónimo dijo...

Gente, todo es una gran broma, incluido el estilo... En fin,...