viernes, 29 de julio de 2011

91- Cocina para inútiles por Lucas S.

RECETA nº 1:  HUEVO FRITO

1- Calentar aceite en  una sartén.
2- Cascar el huevo, o huevos, en el canto de la sartén.
3- Verter el huevo, o huevos, en la sartén.
4- Echar aceite en la yema del huevo, o huevos, hasta dejarlo en su punto. (Más hecho o menos al gusto del consumidor).
- Buenas noches a todos. Bienvenidos. Soy Miranda y durante los próximos diez jueves intentaré que aprendáis a desenvolveros en la cocina al nivel más básico. El curso de cocina para inútiles consta de diez recetas muy sencillas. Empezaremos por el huevo frito.
Miranda, a la que algún gracioso siempre acababa por llamar Mirinda, hizo un rápido barrido por los rostros de los cuatro inútiles. El número de alumnos no era ni mucho menos arbitrario. Cuatro era el máximo de inútiles juntos que se sentía capaz de enseñar. Una cifra superior habría sido imposible de manejar, de hecho,  incluso el cuarteto, empezaba a resultarle un número amenazador. De los cuatro alumnos uno llamaba poderosamente la atención; alto, escandalosamente guapo, destilaba un aire chulesco que le podía hacer irresistible, o detestable, según el caso. Miranda no acababa de decidirse por una de las dos opciones, pero de una cosa estaba segura, la palabra inútiles le había sentado como una patada. Lo que no dejaba de ser sorprendente, ya que el nombre del cursillo era claro y diáfano “Cocina para inútiles”, así se había anunciado y bajo esa premisa de reconocerse culinariamente inútiles se habían inscrito.
Ocho años atrás, antes de que el matrimonio la arrastrase al lado oscuro Miranda había impartido cursos de cocina en centros cívicos y asociaciones de mujeres, La experiencia acumulado durante aquel tiempo le había enseñado varios cosas, entre ellas que reunir en un mismo grupo a personas con habilidades culinarias dispares era sinónimo de fracaso estrepitoso. Entre la ama de casa avezada en recetas tradicionales a la jovenzuela adicta al Burguer King mediaba un trecho exageradamente largo. Por eso al iniciar esta nueva aventura, Miranda optó por agrupar alumnos que presentaran un nivel parejo. En principio, la idea era enseñar cocina, de modo genérico, pero Oswaldo, el jardinero, consiguió que cambiase de parecer.
- Señorita, déjeme que le diga una cosa, lo que de verdad va a funcionar es un curso de cocina para gente que no tiene ni puta idea, ¿comprende? Usted cree que todo el mundo sabe hacer....un huevo frito, pues no, señorita, no es así.
- Vamos, Oswaldo, eso es imposible.
- Haga la prueba y lo verá.
- ¿Qué haga la prueba? –Miranda se echó a reír- ¿Cómo? ¿Voy por ahí con la sartén persiguiendo gente?
- No, ni hablar. Me presento voluntario. Pruebe conmigo.
Hicieron la prueba. Cinco huevos desperdiciados, el suelo encharcado de aceite, y una dolorosa salpicadura en la cara de Oswaldo fueron el desalentador resultado.
- Se lo dije, señorita.
- Sí, pero es que lo tuyo es muy fuerte. No te lo tomes a mal, ¿vale?, es que...eres....eres un completo inútil,  perdona que te sea tan franca.
- Sí, señorita. Lo soy. Y la necesito. Los inútiles la necesitamos. La gente normal ve esos programas de la tele con cocineros famosos y copian las recetas, y bueno...más o menos les sale, pero nosotros, los inútiles no tenemos a nadie. Tiene que hacer un curso de cocina para inútiles. Eso es lo que tiene que hacer, créame.
Miranda echó un vistazo a las fichas de inscripción, el chulito se llamaba Mario y tenía treinta y dos años. ¿Qué demonios estaría haciendo aquí?
A la derecha de Mario, y a la izquierda de Oswaldo, una mujer rolliza, llamada....., miró la chuleta, Victoria, cuya edad no figuraba en la fecha. Miranda calculó que tendría unos cincuenta. A simple vista parecía la mayor de la clase, aunque no daba muestras de sentirse incómoda por ese motivo, al contrario, sonreía continuamente y asentía con la cabeza cada palabra de Miranda con un entusiasmo casi infantil. Miranda sintió entre ellas se establecía una corriente de simpatía instantánea.
- Disculpe...yo.....Soy alérgica a los huevos.
La vocecita nasal pertenecía a una chica rubia que no había tenido el menor rubor de confesar en la ficha sus radiantes veintidós años. Era hermosa de una manera extraña, como si ella misma no fuera consciente de su belleza, o quizás de serlo, lo consideraba algo molesto, un inconveniente con el que había que apechugar. Se llamaba Sofía. Todas las miradas se concentraron en ella. Sofía enrojeció, bajó la mirada al suelo, y trató de taparse la cara con un mechón de pelo desubicado.
Las miradas viajaron de Sofía a Miranda. El guaperas sonreía desafiante. A Miranda le pareció que su sonrisa decía “chúpate esa”, aunque puede que fueran figuraciones suyas.
- ¿Eres alérgica sólo al consumo, Sara?
-¿Qué otra cosa puede hacer con los huevos aparte de consumirlos? –preguntó Mario ante la risotada general
- Manipularlos –repuso Miranda más secamente de lo que hubiera deseado.
- No lo sé. Sé que no puedo comerlos.
- Bien, por precaución, te saltarás la primera receta.
La clase siguió su curso normal. Normal es un decir, Oswaldo estaba en lo cierto, el mundo estaba plagado de personas culinariamente inútiles, ineptos totales, asesinos de tomates y merluzas. Miranda acababa de encontrar una misión en la vida: enseñar a cocinar a su curioso grupo de inútiles.
- Os veo el próximo jueves. La receta será tortilla a la francesa, excepto para Sofía. Ya pensaremos algo –sonrió- bon apétit.

2 comentarios:

Jacobino dijo...

Parece un fragmento de algo más largo.

Suerte.

Calvin dijo...

Está narrado de manera cómoda pero si que parece un fragmento. NO nos dice si el curso va bien o mal, o que solución se le da a Sofía, ya que dos días, dos recetas de huevos.

Un saludo