Mi padre fundó aquel restaurante y, así como
el delfín hereda la corona, él siempre estuvo seguro de que yo heredaría el
negocio. Cuando para todos los niños la preparación de un huevo frito aún era
un misterio, yo aprendía de mi padre a cortar en juliana fina, a sujetar la
cebolla con la mano arqueada hacia dentro para que cualquier desliz del
cuchillo lo bloquearan mis uñas; cuando la profesora me pedía que memorizara
las tablas de multiplicar, mi padre me hacía recitar los ingredientes del
ajoblanco; si a un chico de mi edad se le habría delegado la labor de batir los
huevos, aquello no bastaba para mí: yo debía llevar las claras a punto de
nieve. La cocina es peligrosa y el mejor cuchillo traicionero: aún tengo algunas
de las cicatrices que me hice entonces, pero aprendí rápido y bien siguiendo la
senda que se me había marcado.
¿Me revelé alguna vez contra mi destino
prefijado? Puede ser, en algún arrebato infantil o adolescente. Pero estaba en
mi naturaleza y en mi educación el obedecer, y haciéndolo me ganaba el amor de
mi padre; esto es importante para un niño. De otra forma, intuía yo, mi padre
habría quedado profundamente marcado por mi negativa, y en tal caso la
decepción podría haber durado una vida.
Con dieciséis años me enviaron a Alemania a
aprender de los mejores, como pinche en “Ecke”, un restaurante de alta cocina.
Y es cierto que aprendí. No hablaba la lengua, pero poco a poco el idioma, la
cocina y un primer amor vinieron a mí, como si sólo hubieran estado esperando
un gesto por mi parte que les indicara que estaba preparado para ellos.
Cuando volví junto a mi padre fue como
cocinero hecho y derecho, y él estuvo orgulloso de mí. Finalmente, años más
tarde, me legó su restaurante y yo supe llevarlo a buenas guías culinarias y
aunque, debo admitirlo, nunca estuvimos entre los mejores locales del mundo, sí
que teníamos renombre en la ciudad.
"Lo llevaba en la sangre", decían
todos ante mi aparente facilidad. Pero ¿puedo haceros una confesión? A decir
verdad, yo siempre quise estudiar psicología.
Una vez un místico me dijo que cada aura
tiene una forma que se moldea con el sentimiento de la persona: un círculo, un
cuadrado, una estrella... pero no la mía. La mía, me dijo, adopta la forma de
la que tiene más cerca, amplificándola: si alguien está enfadado, yo me veo
contagiado por esta emoción. Sé que suena a locura de charlatán, pero siempre
me pareció que, por extraño que parezca, tenía cierta razón.
Mi interés por la psicología provenía de esta
sensación y del deseo de comprender qué motiva la mentalidad y las emociones
humanas. Pero no creáis que al ser cocinero dejé de lado mi vocación. Un
restaurante es, al mismo título que un teatro, escenario de pasiones,
problemáticas y desenlaces.
En la mesa los sentimientos florecen ante la
comida. Celebradas reuniones familiares; emotivos cumpleaños o aniversarios;
tensión entre dos amantes en una mesa; el retazo de una conversación.
"Desapareció y nadie volvió a verle"; "No, papá, no hables así
de nuestra madre"; "¿Quiere que me ponga a llorar aquí delante o
qué?"; "Ya hace un año... ¿te acuerdas?".
Toda clase de sentimientos que los clientes
nos sirven cuando nosotros les servimos la comida; un justo intercambio. Esa es
la verdadera paga y mi motivación más profunda.
Porque he comprobado que la satisfacción de
una buena comida arrebata confesiones; quizás si hubiera estudiado psicología
sabría por qué se produce este fenómeno, pero a cambio... A cambio de mi
ignorancia puedo observar el alma de mil personas que pasan ante mí fugazmente,
y maravillarme, como en el mejor de los teatros, ante el drama humano.
5 comentarios:
Una novela hiperbreve inconclusa, aunque reconozco que bien narrada.
Suerte.
Es muy interesante el giro a mitad del relato en el que el narrador confiesa que el no quería ser cocinero. Eso es sin duda lo mejor del texto. Pero, en mi opinión, el autor no consigue darle la fuerza suficiente, para que al final te quedes satisfecho. Su explicación sobre escuchar retazos de conversaciones no parece muy creible.
Un saludo
y suerte
Es una pena, porque cuando mejor estaba cocinando el autor ha decidido cerrar en temporada baja.
No hagas caso. De los relatos es el mejor vertebrado. Sobran palabras, claro, como a todos nos sobra hipercrítica. ¡Animo!
¿Novela hiperbreve? ¿Eso es tan malo
para un relato? Una historia que me interese, si recuerde una parte, un núcleo y si no irrita una mala redacción, dará gusto leerla. Las mejores historias las he escuchado de boca de gente sencilla...
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